Quién me iba a decir cuando marqué Bruselas como destino Erasmus, que aquí seguiría un año después. La experiencia me ha demostrado que, ante todo, es una ciudad que engatusa. Lo que a simple vista parece como un conjunto de edificios austeros bajo un cielo gris esconde tras de sí un encanto singular donde, aunque no lo parezca, también sale el sol.
El corazón de Europa está dividido en barrios, o lo que se conoce aquí como comunas. Cada una tiene su propia administración y celebra elecciones independientes para elegir al alcalde. La comuna de Ixelles, ubicada al sureste, alberga a cientos de universitarios que estudian en la Universidad Libre de Bruselas, tanto en su versión francófona (ULB), como en la flamenca (VUB). Muy cerca se encuentra la plaza de Flagey, punto de encuentro para los más jóvenes que disfrutan en las terrazas (cuando el tiempo lo permite) de los eventos que se suceden prácticamente a diario: conciertos, mercadillos y proyecciones de películas.
Si nos dirigimos más hacia el centro, podemos descubrir numerosos mercadillos ambulantes repletos de reliquias. Todo lo que podamos imaginar, lo encontraremos en ellos. Por ejemplo, en el que se ubica en la plaza Jeu de Balle, hay desde lavadoras, hasta faxes de la primera Guerra Mundial, pasando por cuberterías, lámparas, cámaras polaroid y material para coleccionistas. Para los admiradores del skateboard, también hay un pequeño emplazamiento al lado de la iglesia Chapelle, donde poderse deleitar con las piruetas más arriesgadas.
Además de los platos típicos belgas como pueden ser los mejillones con patatas fritas y los gofres, hay numerosos locales árabes y asiáticos donde se ofrecen platos orientales con especias, curry, sushi, cuscús, etc. Aunque se trata de una ciudad cosmopolita, Bruselas no es tan mastodóntica como lo pueden ser otras capitales europeas. Con un tamaño medio, es atravesada por cinco líneas de metro, autobuses, tranvías y por supuesto bicicletas. A pesar de que este último no es ni de lejos el medio más empleado, tiene cada vez más admiradores dado el aumento de las tarifas en el transporte público.
El barrio europeo, situado al este, confluye principalmente en torno a la estación de metro y tren Schuman. En esta zona se encuentran los dos edificios que conforman la Comisión Europea (Berlaymont y Charlemagne), el Consejo Europeo y justo detrás el Comité Económico de las Regiones y el Parlamento Europeo. Se trata de un barrio tranquilo, repleto de oficinas y fuertemente perturbado por los embotellamientos a las horas punta. La mayor parte de los trabajadores de las instituciones de la UE se mueven en transporte privado, ya que suelen vivir fuera de la capital.
Cientos de periodistas se mueven a diario por esta zona, donde confluyen frecuentes manifestaciones y reivindicaciones contra las políticas lanzadas por la UE. Resulta fácil cruzarse por la calle algún comisario o ver en bicicleta a una de las portavoces del Ejecutivo comunitario, incluso al presidente belga tomando una cerveza. Parece que no, pero hechos cotidianos como estos humanizan la política y a los políticos, y ayuda a bajarles del pedestal en el que a veces parecen estar subidos.
Las cervezas son otro de los puntos fuertes de Bélgica, en general, y de Bruselas, en particular. Una vez degustadas, cualquier otra bebida parece de lo más ligera. Las más típicas tienen entre siete y trece grados de alcohol, así como un cuerpo más denso y calórico que las demás. Cualquier excusa es buena para aprovechar el primer rayo de sol que se vislumbre y hacer un picnic en cualquiera de las zonas verdes pobladas de árboles y naturaleza.
No obstante, a pesar de las numerosas luces, Bruselas también esconde sus sombras. Una de las más visibles es la inseguridad. Independientemente de la zona por la que nos movamos, es preciso andar con mil ojos, especialmente en la zona centro y el barrio de Saint Gilles, donde se producen la mayoría de los altercados. A menudo, están ligados a guetos fruto de la inmigración que se produjo años atrás, en otras ocasiones se trata de puro vandalismo. No es difícil conocer a alguien, o haber oído a alguien comentar alguna agresión, tanto verbal como física, por distintos motivos, o simplemente haber sido atracado. En las disputas más graves, suele intervenir la policía aunque de poco sirve.
Los robos también están a la orden del día. Lunas de coches reventadas, puertas forzadas y pequeños hurtos, forman también parte del paisaje cotidiano de la ciudad. Todo ello unido a unas aceras que parecen estar hechas a prueba de malabaristas. Zanjas, boquetes en el suelo, grietas y baches inoportunos completan el escenario bruselense.
Sin embargo, estos acontecimientos no logran ensombrecer el resplandor que emite Bruselas, una ciudad única por la que perderse bajo sus calles decoradas. Una urbe discreta por la que confluyen las venas de Europa y donde a diario se define el destino de millones de europeos. Lo moderno, lo antiguo, el arte, el teatro, los lugares más irreverentes... todo ello confluye en el corazón de la UE.