En 2007, la elección de Brasil como sede de la Copa 2014 de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado) generó euforia nacional. El megaevento coronaría el ascenso económico de esta potencia emergente que ha sido más veces campeón mundial de fútbol, con cinco triunfos en sus 18 ediciones.
Ahora, en lugar de fiestas de bienvenida al torneo que se desarrollará entre el día 12 de este mes y el 13 de julio, pululan protestas que paralizan metrópolis, huelgas por aumentos de salarios, denuncias de corrupción y de derechos violados en las obras para el Mundial.
El país del fútbol y la alegría niega su estereotipo.
En Río de Janeiro, las escasas calles adornadas de verde y amarillo, los colores de la selección nacional, contrastan con las masivas movilizaciones de otros mundiales. El entusiasmo ha bajado justo cuando Brasil es anfitrión del mayor acontecimiento deportivo del mundo.
La indignación de los brasileños irrumpió en junio de 2013, con sorpresivas y violentas protestas contra los malos servicios de salud y educación, el caos urbano, la corrupción y los gastos de la Copa.
Temiendo nuevos actos callejeros, el gobierno ordenó el despliegue de 157.000 militares y policías, para la seguridad de los partidos que se desarrollarán en 12 ciudades de este país de dimensiones continentales y casi 200 millones de personas.
Pero la desafección futbolística «es una tendencia que viene de las tres últimas Copas», observa Paulo Santos, peluquero desde hace 40 años en un barrio tradicional de Rio de Janeiro, que escucha la opinión de centenares de clientes, en una encuesta informal permanente.
La Copa en casa debía reavivar la pasión de los aficionados. «Hacen la fiesta con dinero ajeno, el nuestro», resume Santos, corroborando la percepción generalizada de corrupción, despilfarro de recursos públicos y codicia de la FIFA.
Los sondeos también han captado la desmovilización. En febrero, solo el 52 por ciento de los entrevistados por el instituto Datafolha era favorable a organizar la Copa, frente al 79 por ciento en 2008.
La encuesta más reciente, limitada a la sureña ciudad de São Paulo, dio el 45 por ciento de los entrevistados a favor y el 43 por ciento en contra. El resto se dijo indiferente. Peor es que una abrumadora mayoría, 76 por ciento, consideró al país no preparado para acoger el maratón de 64 partidos entre 32 selecciones nacionales.
Muchos de los proyectos previstos, especialmente de movilidad urbana, no se cumplieron o quedaron incompletos. Algunos de los 12 estadios tuvieron su construcción o reforma concluida a última hora, sin algunos acabados y sin pruebas. La mitad carece de conexión inalámbrica a Internet.
Atrasar obras es una tradición en Brasil. Ocurrió igual en la primera Copa Mundial disputada en Brasi en 1950. El principal estadio, el carioca de Maracanã, se inauguró días antes, entre el fango y los desechos de la obra.
Era el mayor estadio del mundo. Diseñado para 155.250 espectadores, se estima que acogió a más de 200.000 en el partido final. Ahora, reformado y lujoso, puede recibir solo a 74.689 personas.
La megalomanía actual es distinta. Brasil está enredado desde la década pasada en la construcción de numerosas hidroeléctricas, ferrocarriles, puertos y carreteras, en un intento de superar el déficit de infraestructura acumulado en las dos décadas perdidas precedentes.
La mayoría de los grandes proyectos lleva años de atraso. El principal ferrocarril, un eje norte-sur de 4.155 kilómetros, está en construcción hace 27 años, con un tercio de los rieles instalados.
A ese rezago se suman las obras de la Copa en 12 ciudades y de los Juegos Olímpicos de 2016 en Rio de Janeiro, que no admiten aplazamientos. La presión del plazo pudo ser un factor de los accidentes, que causaron la muerte de nueve obreros en los estadios de la Copa, siete de ellos empleados de empresas subcontratadas.
La multiplicación y la concentración de trabajadores en grandes obras diseminadas por el país empoderó a los obreros de la construcción. Tras numerosas huelgas, obtuvieron aumentos salariales y beneficios como visitas familiares más frecuentes para los alejados del hogar.
Pero las condiciones de seguridad siguen siendo precarias y los accidentes se repiten, casi siempre por falta de medidas de protección colectiva, como las ambientales y andamiajes seguros, señala Vitor Filgueiras, economista que investiga el tema en su postdoctorado.
La 'tercerización', «una forma de transferir riesgos», agrava el cuadro de trabajo inseguro e incluso análogo al de la esclavitud, explica.
La Copa ha sido el foco común de todas las protestas y huelgas recientes, de estudiantes, profesores y conductores de autobuses. Pero el apoyo popular a las marchas y batallas callejeras ha decaído notablemente, según las encuestas, para suerte para el gobierno de Dilma Rousseff.
Hace un año, el 54 por ciento de los entrevistados por el Instituto Vox Populi aprobaban las protestas, ahora solo un 18 por ciento. Eso disminuye el riesgo de actos masivos, pero grupos de decenas de activistas paralizan actualmente ciudades, en una especie de guerrilla favorecida por la congestión urbana permanente.
Además las elecciones presidenciales y legislativas de octubre politizan el fútbol. La Copa y el gobierno están vinculados para la opinión pública. Un fracaso brasileño, en los estadios o en la organización, fabricaría votos opositores.
La presidenta sigue como favorita a la reelección, pero el fútbol ha ganado peso electoral, sumándose a otras iniciativas gubernamentales que también parecían buenas cuando se adoptaron, y ahora ya no. Por ejemplo, la compra de la refinería de Pasadena, en Estados Unidos, impulsaría la expansión internacional de la petrolera estatal Petrobras y le permitiría refinar su crudo pesado.
Pero la adquisición costó el triple del contrato inicial de 360 millones de dólares y perdió importancia porque Brasil aumentó su producción de petróleo liviano. El caso está bajo investigación de órganos de control y amplificado otros escándalos de Petrobras.
Medidas para abaratar la electricidad en 2012 y beneficiar a la industria y a la población, también se revelaron un desastre. Estimuló el consumo cuando una prolongada sequía redujo la generación hidroeléctrica, desencadenando una crisis energética, con amenaza de apagones.
El descontento, fomentado asimismo por una inflación elevada y un bajo dinamismo económico, contagió la Copa, ya afectada por factores propios. Las exigencias de la FIFA crearon «un estado de excepción», según escribió Lygia Cavalcanti, una jueza del Trabajo, en la revista de la Asociación de Jueces para la Democracia.
Brasil aceptó «la suspensión temporal» de su ordenamiento jurídico para acoger el Mundial, explicaba.
Se prohibió el comercio en dos kilómetros alrededor de los estadios, se desplazaron residentes y se recurre al trabajo de 18.000 voluntarios, cuando la ley solo admite el voluntariado para instituciones culturales, cívicas o asistenciales, sin fines de lucro.
Además, la FIFA logró registrar excepcionalmente como sus marcas exclusivas, durante este año, cerca de 200 palabras, expresiones y símbolos de uso común. Muchos nombres con el número de este año, como «Brasil 2014» o «Natal 2014», solo pueden emplearse comercialmente pagando derechos a la FIFA.
La excesiva mercantilización llevó a la FIFA a cobrar 28.000 reales (12.500 dólares) de la Asociación Recreativa y Cultural del Alzirão, que desde 1978 promueve una fiesta callejera en Rio de Janeiro, exhibiendo en una gigantesca pantalla los partidos de la selección brasileña en la Copa.
Alzirão debería pagar por derechos de imagen, ya que su evento se convirtió en un espectáculo con más de 30.000 personas diarias. Una petición del alcalde Eduardo Paes convenció a la FIFA de eximir la celebración sin fines lucrativos, informó Ricardo Ferreira, presidente de la Asociación.
La movilización para la Copa «fue tibia, pero empieza a calentarse», evalúa Ferreira en vísperas del comienzo del torneo. Un triunfo de Brasil en el partido inaugural en el Arena Corinthians de São Paulo podrá alentar la población y restablecer la alegría del fútbol, opina.