RÍO DE JANEIRO, (IPS) - La conferencia Río+20, que se va a celebrar 20 años después de la Cumbre de la Tierra en esa misma ciudad brasileña, «es una oportunidad para mantener viva la llama del desarrollo sostenible y avanzar en las negociaciones del clima, y no debe ser vaciada de contenido en una agenda de desarrollo genérica y sin ningún foco», advierte el documento que ha enviado el grupo.
El texto titulado ¿Río más o menos 20? explica que «Hay un elevado riesgo de que esta cumbre sea irrelevante, y que represente retroceso de los avances que se alcanzaron en Río 92». El documento se ha presentado en São Paulo en el marco de un encuentro promovido por el Centro de Estudios de Integración y Desarrollo.
El consultor ambiental Fábio Feldmann, exdiputado federal y exsecretario de Medio Ambiente del estado de São Paulo, dice que «el gran desafío para que Río+20 no se convierta en 'menos 20' es que se marquen metas ambientales, teniendo en cuenta la gravedad de la situación del planeta», Para ello es necesario incorporar los avances de la ciencia con el fin de «que la humanidad tenga un futuro».
Según los promotores del documento, encabezados por Rubens Ricupero, ministro de Medio Ambiente y de Hacienda de Brasil en los años 90, «los modelos actuales de producción y consumo desafían los límites naturales del planeta». «No se debe aceptar pasivamente que este problema y sus repercusiones en las estrategias de desarrollo económico y social se escamoteen de la agenda de una reunión cuyo nombre dice que su objetivo es el desarrollo sostenible».
Luego alertan que «las evidencias dramáticas del proceso de calentamiento global, expresadas en fenómenos climáticos extremos, se multiplican en Brasil y en el mundo, y cuyos impactos, incluso económicos, se notan en diversos sectores y países».
Otro de los firmantes, el físico José Goldemberg, teme que las negociaciones previas a la cumbre estén dejando de lado ese asunto. Este exministro de Educación y exsecretario de Medio Ambiente y Ciencia y Tecnología, recordó que la cantidad de desastres ambientales ha aumentado de modo exponencial en las últimas tres décadas.
El fenómeno de mayor magnitud en los últimos tiempos fueron las lluvias torrenciales que cayeron a comienzos de 2011 que provocaron inundaciones y deslizamientos de tierras en la zona montañosa de Río de Janeiro y que se han vuelto a repetir este año.
Los autores del documento consideran que la agenda de la cumbre está muy «diluida» al no considerar el asunto ambiental como el principal foco de las discusiones. La conferencia ha puesto énfasis en que, 20 años después de Río 92, es el momento de discutir un aspecto más amplio, como es el desarrollo sostenible, basado en tres ejes: el social, el económico y el ambiental.
Marina Silva, que fue la primera ministra de Ambiente del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011), entiende que el desarrollo siempre tiene que ser evaluado a través de esos tres conceptos, pero «decir que no debe discutirse sobre ambiente es un retroceso respecto de la visión de Río 92».
Ricupero, que participa activamente en este proceso, también señala que es un error desviarse del enfoque ambiental. Ese pilar «es la condición para los otros dos», el económico y el social, destaca este experto que entre 1995 y 2004 ocupó la secretaría general de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo.
Un ejemplo es el temido aumento de la temperatura del planeta en dos grados. «Si no lo evitamos no va a haber pilares económicos y sociales que lo resistan». «Esa es la base del sostenimiento físico del planeta», dijo en São Paulo. Feldmann añade que es necesario una política industrial y económica capaz de incorporar y estimular la dimensión ambiental.
Entre otras iniciativas, los autores del documento proponen que Brasil, como anfitrión de Río+20 y país rico en «activos» agropecuarios, energéticos, hídricos y forestales, tome la iniciativa, dé el ejemplo y asuma un papel protagonista.
Piden, además, que el gobierno de Dilma Rousseff diseñe un conjunto de políticas para la agenda de transición hacia la economía verde o de bajo carbono. Para ello sugieren la adopción de un sistema de ventajas competitivas asociadas a ese proceso, que desincentive iniciativas económicas «en sentido inverso».
Ricupero precisa que Brasil fue pionero al estimular, por ejemplo, un programa energético de «economía verde», con el apoyo al desarrollo del etanol, el combustible obtenido a partir de la caña de azúcar, con el que hoy circula la mayoría del parque automovilista del país. «Pero ahí se quedó», sentencia.
Feldmann considera que Brasil corre el riesgo de tener un grave retroceso ambiental si el parlamento aprueba un nuevo código forestal que, entre otros puntos, amnistía a los responsables de deforestar y quita facultades al Poder Ejecutivo en medidas consideradas fundamentales como la de crear unidades de conservación indígena o ambiental. Este país, que se comprometió en la Conferencia de Cambio Climático de 2009 a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero entre el 36 y el 39 por ciento hasta 2020, «no puede ahora huir de la responsabilidad como anfitrión de acercar posiciones e intentar consensos en torno a metas ambiciosas» añade.
Según Feldmann, Brasil ha avanzado mucho en legislaciones ambientales, pero «la deforestación en la Amazonia y otros biomas todavía es muy alta». Asimismo, salvo algunos incentivos fiscales para la fabricación de electrodomésticos de bajo consumo energético, no se ha invertido en otras iniciativas con estímulos fiscales verdes para que la industria «incorpore el concepto de sostenibilidad».
La exministra Silva va más allá y propone que Brasil encabece un movimiento para crear un organismo en el sistema de la Organización de las Naciones Unidas dedicado especialmente a cuestiones ambientales.