Alemania ya tiene rival para la finalísima del domingo en el Maracaná. No será otro que un viejo conocido en estas lides: Argentina. La Albiceleste superó su eliminatoria ante Holanda desde los once metros y permite así reeditar las finales de 1986 y 1990.
El técnico sudamericano recuperaba a Rojo para la ocasión, tras haberse perdido el encuentro de cuartos ante Bélgica por sanción. Enzo Pérez, por su parte, sustituiría en la banda derecha a un Di María que cayó lesionado en ese mismo partido. El once de Van Gaal, por el contrario, no presentaba ninguna novedad. Seguía el también míster del Manchester United apostando por componer una línea defensiva con tres centrales para frenar las acometidas de los atacantes contrarios, en este caso, Messi, Higuaín o Lavezzi.
Durante los primeros cuarenta y cinco minutos reinaron el respeto y la concordia. Los dos equipos no se quisieron complicar la vida y eligieron sacrificar la creatividad ofensiva por la seguridad defensiva. La situación desembocó, evidentemente, en contadas oportunidades de gol para ambos. Sneijder fue el único que lo intentó por el combinado europeo, con un disparo desde fuera del área que se marchó desviadísimo. Por el otro bando, apenas una falta de Messi que detuvo Cillessen sin muchos problemas y un testarazo de Garay a la salida de un córner que terminó muy por encima del marco defendido por el arquero neerlandés.
El susto de esta primera mitad lo dio Mascherano, al quedar aturdido a consecuencia de un fuerte golpe de su cabeza contra la de Wijnaldum. Afortunadamente, los dos centrocampistas pudieron continuar sin ningún inconveniente.
En la segunda parte Argentina dio un pasito hacia delante y desplazó el peligro hacia los dominios holandeses. En el minuto 51, una pelota despejada por el meta Cillessen rebota en Messi y está apunto de suponer el gol tonto del torneo. Seis después, un centro de Lavezzi desde el costado diestro no lo empala de cabeza Higuaín porque Janmaat, providencial, despeja a tiempo. El ariete del Nápoles, poco antes de ser sustituido por Agüero, tuvo en sus botas la más clara. Otro centro desde el mismo sitio que esta vez sí golpea, estrellándose el cuero en el lateral de la red.
En el tiempo añadido, Robben casi mete a Holanda en otra final mundialista cuatro años después. El extremo del Bayern se cuela en el área y crea hueco para el disparo. En el último instante, aparece de la nada Mascherano despejando a saque de esquina y manteniendo con vida a una Argentina que, en todo caso, no merecía perder.
Abocados a la prórroga...y a los penaltis
En los 30 minutos de regalo el ritmo del encuentro cambió. Los jugadores comenzaron a visualizar la portería contraria como objetivo prioritario, a fin de evitar la más que probable tanda de penaltis. Robben volvía a ser el más activo por la Oranje. Suyas serían las acciones con más morbo de los de Van Gaal. En la primera, se deshizo de varios contrarios dentro del área y su pase de la muerte no encontró rematador. En la segunda, latigazo desde media distancia que repele Romero.
Las opciones de la Albiceleste arribaron del 105 al 120. Messi, algo desaparecido hasta entonces, inventa un globito que supera a todos los zagueros tulipanes y deja solo ante el cancerbero a Palacio, cuyo cabezazo no sorprende a ese último escollo. El propio Leo lideró el último ataque de su selección. En él, su envío desde la banda derecha no es aprovechado por Maxi Rodríguez, quien a pesar de estar solo no le pegó bien al balón.
Los penaltis dictarían sentencia. Esta vez, el técnico holandés no gastó un cambio para introducir en el terreno de juego al héroe de los cuartos de final, Krul, que salió en el 119 ante Costa Rica y metió en semifinales a los suyos gracias a la detención de dos penas máximas.
El adalid esta vez fue un tipo llamado Sergio Romero. Sus dos intervenciones, ante Vlaar y Sneijder, unidas a los aciertos de Messi, Garay, Agüero y Maxi, devolvían a la doble campeona del Mundo a la final que tanto tiempo ha estado esperando.
Una final que tendrá su aquél, ya que los dos equipos saben de sobra lo que es enfrentarse entre sí por levantar el cetro mundial. Ninguno de los 22 futbolistas que se vistan de corto en Río de Janeiro se dedicaba profesionalmente al fútbol cuando ocurrió. Algunos incluso no habían nacido. Pero la historia sí la conocen. Saben que, en 1986, Maradona, Valdano y compañía ahogaron las esperanzas teutonas en el Azteca de Ciudad de México. También saben que, cuatro años después, en Roma, era la selección germana (todavía como Alemania Federal) la que imponía su ley. Ahora, de vuelta en el continente americano, ambos países enfrentan sus fuerzas para desempatar. Será el próximo domingo y ante la mirada del mundo entero.