Becario de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo. Universidad de Belgrado
«La Unión Europea sólo ha ofrecido a Bosnia su perspectiva europea». Era el comienzo del discurso de Miroslav Lajčák, en aquel momento Alto Representante para Bosnia y Herzegovina. Bosnia y Herzegovina firmaba el Acuerdo de Estabilización y Asociación en Luxemburgo, aunque eso sí, con dos meses de retraso. La razón: el documento hacia falta que se tradujese a 27 idiomas. Bosnia y Herzegovina entraba en la carrera europea con más sombras que luces. La UE ofrecía sólo perspectiva europea. Este hecho, no por inocente, sino por revelador, manifiesta la crisis que vive el país balcánico desde hace casi 15 años.
Bosnia y Herzegovina es un puzle institucional de difícil comprensión, con su capital en Sarajevo. Un país dividido por dos entidades, más el pequeño distrito de Brčko: la Federación de Bosnia y Herzegovina, dividida en diez cantones, de mayoría croata y musulmana, y la República Srpska, de mayoría serbia.
Las demandas de los tres grupos étnicos, protagonistas de una sociedad tremendamente compleja: los musulmanes (48%), los serbios (37%) y los croatas (14%), encuentran acomodo en una versión incluso más nacionalista que la que se precipitó con la crisis política, económica y social de la antigua Yugoslavia.
Reconstrucción multimillonaria
El escenario actual es cuanto menos preocupante. En cifras: El 40% de la población está desempleada. Más del 25% vive por debajo del umbral de la pobreza. El 100% de la población considera la corrupción algo connatural a su administración. Más de 14.000 millones de dólares se ha gastado la comunidad internacional en la reconstrucción de Bosnia y Herzegovina. Más dinero per capita del utilizado para la reconstrucción de Alemania y Japón después de la II Guerra Mundial, según decía en octubre pasado la revista Newsweek
Existe un problema que se antoja fundacional. Hace casi 15 años se puso fin a la guerra en la base americana de Dayton, en unos acuerdos que incluyeron lo que es hoy en día la constitución de Bosnia y Herzegovina, un anexo de aquel armisticio. El momento de aprobar una nueva constitución se ha ido posponiendo continuamente. La clase política bosnia parece asumir finalmente que una vez sean celebradas las próximas elecciones la nueva constitución es prioritaria.
El mes de diciembre pasado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, a través de la sentencia Finci/Sejdić consideró discriminatorio que la constitución bosnia impidiera presentarse a miembros de grupos étnicos que no fueran serbios, musulmanes o croatas. La realidad es que mediante un sistema rotatorio estos tres grupos se reparten en exclusiva el ejecutivo bosnio. Es decir, 17 minorías reconocidas, como albaneses, montenegrinos, judíos, húngaros, gitanos, rumanos, rusos, rutenos, eslovacos, turcos o ucranianos, por citar algunas, no pueden presentarse a las elecciones.
Supervisión internacional
La figura del Alto Representante de la Comunidad Internacional, nombrado para «supervisar» el estado bosnio en el «buen gobierno» sigue siendo la maxima autoridad, representado en los llamados Poderes de Bonn, que le permiten imponer medidas legislativas o destituir a cargos políticos. Algo impensable en un estado que es considerado un futurible a la UE, pero que en ocasiones ha resultado clave para desenredar los nudos que generaran las tensiones entre los representantes políticos o, llegado el caso, tomar decisiones que otros no han tomado para el correcto funcionamiento de la administración.
El actual titular de la Oficina del Alto Representante, Valentin Inzko, declaró en el mes de marzo pasado que cerrará la Oficina del Alto Representante en Mostar el próximo 30 de junio, después de que la ciudad estuviera nada menos que 14 meses sin alcalde. Hizo falta que Inzko cambiará el sistema de votación de dos tercios a mayoría simple para que el nuevo alcalde, bosnio-croata, fuera elegido.
El Primer Ministro de la República Srpska, el serbio Milorad Dodik, máximo dirigente de Alianza de Socialdemócratas Independientes (SNSD), ha sugerido en varias ocasiones la posibilidad de celebrar un referéndum que abriría la puerta a la secesión de la República Srpska, dinamitando el proyecto de Bosnia y Herzegovina. En enero pasado cuando fue aprobado un proyecto de ley para la celebración de estos referéndums en la República Srpska, Mario Brkić, portavoz de Inzko dijo: «El gobierno de la República Srpska debería dejar de amenazar lo que son las obligaciones y los compromisos internacionales de Bosnia y Herzegovina [...] Al organizar referéndums en estas materias, en nuestra opinión, el SNSD está manipulando a los votantes en la República Srpska y resta atención sobre los problemas económicos reales que afrontan los ciudadanos.»
Desde el lado de los líderes bosnios-musulmanes se invoca al pasado. El representante bosnio-musulmán de la Presidencia Central, Haris Silajd¸ić, en relación a esta cuestión avisa que el plan de Dodik «es parte de la estrategia de Slobodan Milošević y de su proyecto de destruir Bosnia.»
Bien sea en el marco del teatro político, como han sugerido algunos comentaristas, o un síntoma del descontento general, cultivado mediante el nacionalismo, el escenario político no es propio de un candidato europeo. En alguna ocasión se señaló que el camino a Europa haría sortear cualquier división política en Bosnia y Herzegovina pero parece que esto no es suficiente. En el mes de octubre próximo se celebrarán elecciones y los fuegos por apagar son de toda naturaleza, arden más, y más alto. Desde la comunidad internacional se apela al «espíritu de Dayton». Dayton y su espíritu fueron la receta para finalizar la guerra, pero la pregunta es si también lo es para continuar la paz.