Bosnia se encuentra adormecida y con poca confianza en un presente y en un futuro que, a tenor de las cifras oficiales, poco tienen que ofrecer a sus habitantes. Al menos, este también es el sentir de una buena parte de la población según recogen los pocos medios locales que se animan a criticar al actual gobierno.
La economía bosnia, en un coma que dura ya más de ocho años no ayuda a animar a su población. Desde 2006, Bosnia puede crecer un año un 5,6% y perder en otro un 2,7%. Un desequilibrio que se hace notar también en el desempleo que supera el 40% y el sueño de seguir el mismo camino de la vecina Croacia, apuntalada gracias al turismo, a la mejora de sus infraestructuras y, sobre todo, gracias a su incorporación a la Unión Europea. Un sueño que se evapora cada vez más.
Este fin de semana con la celebración de las séptimas elecciones generales desde el final de la guerra en 1995, los bosnios y bosnias no han querido saber demasiado sobre urnas y comicios. Llamados a votar alrededor de 3,3 millones de ciudadanos, el 50% decidió quedarse en casa o dedicar la jornada a otros menesteres. Los más numerosos fueron los serbios con el 53,1% de la participación, mientras que musulmanes y croatas apenas votaron un 48% de los citados. Se elegía la Presidencia colegiada -formada por un musulmán, un serbio y un croata- y la renovación tanto del Parlamento central como los dos entes autónomos en que se divide el país.
Bosnia parece estar viviendo en una economía dañada por un mal crónico con un desempleo juvenil que supera el 60% y unas reformas vitales que no llegan, ya no solo para su mejoría económica, sino para una posible consideración a formar parte de la Unión Europea. Se trata de unos de los países más despoblados de Europa y alejado completamente de las grandes decisiones y transacciones comerciales del mundo. Su balanza comercial es de las más negativas del sur de Europa. Bosnia necesita más de lo que vende (4.282 millones de euros en exportaciones frente a los 7.751 euros en importaciones), su deuda alcanza a la mitad de su PIB y mientras los productos básicos siguen subiendo, el sueldo medio supera por poco los 300 euros. Se calcula que ya más de 1,5 millones de ciudadanos viven fuera del país en búsqueda de un futuro mejor.
Una compleja estructura administrativa y un cambio legislativo que no llega son, junto a unos índices de corrupción que no bajan, otros de los impedimentos que la alejan cada vez más de la Unión Europea. En estas pasadas elecciones, ni judíos, ni gitanos, han podido votar. Bosnia no les ha dejado pese a los continuos toques de atención desde Bruselas y a acumular dos condenas del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que señala que el gobierno bosnio sigue manteniendo una Constitución discriminatoria, temas económicos aparte, el principal escollo para ser considerado como candidato a nuevo miembro de la familia europea. Todo esto provocó que el pasado febrero se sucedieran diferentes protestas en las calles contra la parálisis política, la corrupción y la crisis económica, pero que pasó desapercibida tanto para los políticos como, ahora, para las desanimadas urnas bosnias.
«No se puso en marcha reforma alguna, la Constitución no ha sido modificada, el debate sobre qué sistema de gobierno debe adoptar el país sigue siendo un tabú, los derechos humanos empeoran día tras día y el proceso de pacificación entre las comunidades nunca ha empezado», destaca Srdan Dizdarevic, presidente del Comité Helsinki de Derechos Humanos de Bosnia. Con unas elecciones que no prometen grandes cambios, se espera que el musulmán Bakir Izetbegović, del Partido de Acción Democrática continúe siendo la fuerza más importante de la terna en el gobierno acompañado por el croata Dragan Covic y la serbobosnia Zeljka Cvijanovic que se convertiría en la primera mujer en ocupar este puesto.