Se trata de una antigua práctica de fertilización que implica fabricar carbón a partir de los cultivos del año anterior, y mezclarlo en el suelo con el fin de nutrir la tierra para el año siguiente. El biochar impide que llegue a la atmósfera el dióxido de carbono que emiten las plantas cuando mueren y se descomponen naturalmente.
En mayo, una estación científica de Estados Unidos anunció que, por primera vez, las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono habían sobrepasado las 400 partes por millón (ppm). Los científicos climáticos advierten desde hace años que niveles superiores a 350 ppm pueden generar un «punto de inflexión» que acelere el derretimiento de los hielos polares, elevando las temperaturas mundiales y los eventos meteorológicos extremos.
«Necesitamos un cambio de paradigma en nuestro enfoque hacia el clima, para cambiar realmente la forma como miramos lo que significa una solución. La mayor parte del debate no solo se centra en el sector energético, sino también en las emisiones actuales», dice Mark Hertsgaard, un periodista que en las últimas dos décadas se ha dedicado a asuntos climáticos.
«Las emisiones en curso, las actuales y las futuras, agregan alrededor de dos ppm de dióxido de carbono a la atmósfera por año, pero lo que pauta el problema son las 400 ppm que ya están en la atmósfera. Aunque actualmente toda la discusión es sobre esas dos ppm, también tenemos que tomarnos en serio las 400 ppm (y ver) cómo extraer dióxido de carbono de la atmósfera», explica.
Hertsgaard señala un informe de la Organización de las Naciones Unidas que concluye que en la década previa a 2010 se produjeron una cantidad sin precedentes de «eventos meteorológicos extremos». Aunque repentinamente se frenaran todas las nuevas emisiones, dice, los científicos sugieren que las temperaturas mundiales continuarán en aumento durante por lo menos otras tres décadas.
Sin embargo, según una cantidad cada vez mayor de investigadores del suelo, científicos climáticos y otros, el biocarbón puede ofrecer una oportunidad de reducir esos niveles mundiales preexistentes de dióxido de carbono.
A través de la fotosíntesis, todas las plantas absorben naturalmente el dióxido de carbono del aire como parte integral de su propio ciclo vital. En circunstancias normales, ese carbono se vuelve a liberar en la atmósfera cuando la planta muere y se descompone, pero la idea que hay detrás del biocarbón es consolidar ese carbono de una forma sólida que pueda colocarse bajo la tierra y, así, fuera de la atmósfera, por lo menos por cierto tiempo.
La parte central del proceso implica quemar la planta –tal vez cultivos que han muerto, tal vez árboles que hicieron lo propio por culpa de una infestación, o tal vez algo plantado específicamente con este fin- en un fuego bajo en oxígeno, y convertirla en carbón. El biocarbón resultante puede usarse luego como un fertilizante de alta potencia, ofreciendo beneficios tanto para los agricultores como para la lucha contra el cambio climático.
Según estimaciones realizadas por Johannes Lehmann, un investigador en ciencias agrícolas de la Universidad de Cornell, el mundo podrá compensar plenamente sus emisiones anuales de gases de efecto invernadero si el biochar se agrega a alrededor del 10 por ciento de los predios agrícolas existentes.
En cualquier caso, esa es la idea. Por ahora, incluso para quienes consideran este método relativamente sólido, el potencial de aumentar a una escala significativa el uso de biocarbón en el mundo todavía está lejos de cumplirse.
«Persisten muchas preguntas, pero la clave aquí es que necesitamos ampliar nuestra mirada para hacer que la agricultura esté en el centro del debate sobre el cambio climático», dice Hertsgaard.
«En teoría, el biocarbón puede ser un medio de hacer retroceder el reloj del clima. Sin duda, la agricultura puede ser una parte crucial de la solución para que el problema dé marcha atrás», agregó.
Beneficios para el suelo
Hasta ahora, la financiación y el apoyo político para el biocarbón han sido desparejos, aunque hay un claro interés gubernamental en Estados Unidos y en la Unión Europea.
El Departamento de Agricultura de Estados Unidos mostró tal vez el mayor interés institucional hasta la fecha, financiando una serie regular de pequeños subsidios para que continúe la investigación sobre el biocarbón, particularmente en universidades.
Aunque en el Congreso de Estados Unidos se han hecho intentos por garantizar la financiación en una parte importante legislación agrícola, aún no han tenido éxito.
La Organización de las Naciones Unidas, el Banco Mundial y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) también han promovido y estudiado una serie de proyectos, pero algunos observadores sugieren que la mayoría de los donantes todavía adoptan un enfoque de esperar y ver.
Sin embargo, actualmente hay varias decenas de proyectos piloto a pequeña escala que avanzan en países en desarrollo, particularmente en India.
De hecho, aunque el debate internacional sobre el clima ofrece un potencial tentador pero todavía remoto para el biocarbón, las necesidades de seguridad alimentaria de los países pobres constituyen la oportunidad más tangible para este enfoque.
Está disponible una serie de diseños simples y baratos para crear biocarbón, la mayoría de los cuales se crearon a partir de recipientes de 208 litros.
«Los habitantes de países en desarrollo a menudo están limitados por la pobreza de sus suelos, que son ácidos o pobres en nutrientes, y es allí donde la adición de biocarbón tiende a mostrar el mayor aumento en los índices de crecimiento», dice Thayer Tomlinson, directora de comunicaciones en la Iniciativa Internacional del Biochar (IBI, por sus siglas en inglés) http://www.biochar-international.org/ , una organización con sede en Estados Unidos, con la que hemos hablado.
«Parte de la importancia de esto es que las comunidades puedan usar residuos agrícolas en vez de leña, y convertir eso en productos útiles. Estos beneficios significativos para el suelo pueden encontrarse sin talar bosques, sin depender tanto de los fertilizantes comerciales, y usando simplemente productos que de otro modo se podrían descartar «, señala.
El IBI existe desde 2007 y, según Tomlinson, en ese tiempo el interés en el biocarbón ha aumentado notoriamente, a partir de la industria, los empresarios, los expertos en desarrollo y otros.
«Observando las referencias bibliográficas al biocarbón, se ve que ha aumentado enórmemente año a año», dice Tomlinson.
Aunque este tema tiende a abarcar a varios grupos de intereses, claramente hay un interés comercial cada vez mayor, indica.
Mientras, la industria trabaja para estandarizar los productos de este pujante sector.
El año pasado, la IBI presentó estándares iniciales para definir al biocarbón, y hace dos meses reveló un nuevo programa de certificación para productores de América del Norte.
En abril, la organización presentó un protocolo de «compensación de carbono» ante reguladores de Estados Unidos, con el fin de cuantificar cuánto carbono hay en el biocarbón y las emisiones que su uso contrarrestaría. Ahora el documento está abierto a los comentarios del público.