El Papa dice haber viajado a Santiago a hacer su peregrinaje personal a la ciudad que simboliza el nacimiento de una cultura cristiana común en el continente europeo. Pero traía un mensaje claro para toda Europa: dar un nuevo impulso a sus raíces cristianas.
Benedicto XVI se muestra alarmado por el alejamiento de la fe de los europeos y recurre a la Historia para hacer su análisis: «Es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Dios es el cimiento y cúspide de nuestra libertad; no su oponente». Por eso, Ratzinger concluye: «Es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta para fines que le son impropios».
El tono conciliador de sus palabras en la Misa de la Plaza del Obradoiro contrasta con lo explícito de su argumentación ante los periodistas en el avión que le llevaba a Santiago, cuando comparó la laicidad y el «anticlericalismo agresivo» de la Segunda República con la España actual. «Ese enfrentamiento entre fe y modernidad ocurre también hoy de manera muy vivaz.»
No hubo referencias a temas de actualidad, ni siquiera al paro o a las consecuencias de la crisis, todo lo contrario: «España y Europa no deben sólo preocuparse por sus necesidades materiales, también por sus necesidades morales, sociales, espirituales y religiosas»
El Papa busca una nueva evangelización de Europa y su extensión al mundo. «La Europa de la ciencia y la tecnología, la Europa de la civilización y de la cultura debe también ser una Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con los otros continentes.»