El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, y Nikolic se han movido ante la prensa en el terreno de lo políticamente correcto, sin mostrar en público las dificultades que las posturas nacionalistas del nuevo presidente serbio añaden al ya problemático camino de Serbia para integrarse en la UE.
Barroso ha destacado que la elección de Bruselas como destino del primer viaje al extranjero del presidente serbio es un claro signo de las prioridades de Belgrado. En el apartado de las exigencias desde la UE, las ya conocidas: reformas judiciales, lucha contra la corrupción, mejoras en la libertad de prensa y avances económicos.
Al margen, el contencioso de Kosovo, la antigua provincia serbia que se declaró unilateralmente independiente y que Belgrado no reconoce. Nikolic ha dicho después que «yo estaba seguro de que la UE no iba a exigirnos el reconocimiento oficial de Kosovo, aunque sí tener mejores relaciones. Eso es bueno para todos».
Sin embargo, el presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, en un comunicado, ha señalado que «una mayor normalización de las relaciones con Kosovo sigue siendo un requisito clave para el próximo paso, el inicio de las negociaciones de adhesión». Van Rompuy espera que la nueva presidencia serbia respete los acuerdos alcanzados con su predecesor sobre la cooperación regional y la gestión de la frontera común.
El antiguo aliado de Slobodan Milosevic además ha llegado a Bruselas con los ecos de la polémica que abrió al negarse a admitir que la matanza de Srebrenica, en la que ocho mil musulmanes fueron asesinados por tropas serbias en 1995, fuera una genocidio.
Sus declaraciones tuvieron inmediata respuesta por el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, quien dijo que «los intentos de rescribir la historia no se aceptan en el PE» y advirtió que «si Serbia ignora los procesos contra los crímenes de genocidio en Srebrenica que tienen lugar en La Haya, se apartará del camino de pertenencia a Europa».