Con goles de Rakitic, Luis Suárez y Neymar por parte del Barcelona y del español Morata, de la Juventus, la Final de la Champions 2015 se finiquitó con una nueva victoria del equipo blaugrana. Y ya van tres: este año ha ganado la Liga, la Copa del Rey y el título europeo; es decir, el triplete. Y ya van cinco: porque con el triunfo del sábado, el Barça suma un repóquer de Copas de Europa, cuatro de ellas en los últimos nueve años.
Berlín, acostumbrada a que todos los ojos la miren, acogió la cita futbolística anual. La Puerta de Brandenburgo se disfrazó durante cuatro días de un marketing azulado (es el color de la competición), en una feria de las marcas que patrocinan el evento, en la que las aficiones de Turín y Barcelona, turistas y personas curiosas se mezclaban y derretían bajo un calor inusual. Mientras que era imposible tomar una cerveza, la bebida nacional, por menos de cuatro euros.
Lejos de allí, y muy separadas, se ubicó a las distintas aficiones que, tras hacer un macrobotellón durante toda la jornada del sábado, tuvieron que buscar cervecerías y restaurantes para ver el partido. La organización no puso pantallas gigantes públicas, como sí ocurrió un año antes en Lisboa, por cuestiones de seguridad. La fiesta acabó descafeinada.
Mientras en la capital izaban banderas de los dos equipos, en la región de Baviera estaba todo listo para la reunión del G7. Alemania está en todos los fregados. Si el lunes pasado se reunieron en Berlín casi a escondidas y con nocturnidad la canciller Angela Merkel y el presidente francés, François Hollande, con los líderes de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional para decidir el posible futuro de Grecia. Ahora, los líderes de siete de las economías más importantes del mundo se reúnen, también a puerta cerrada, en un pequeño hotel alpino.
Miles de aficionados acudieron al Olympiastadium, que construyó Hitler para vanagloriarse, a ver el partido del año, al tiempo que otros miles de personas, en este caso manifestantes, vigilan desde lejos al G7. Si los Xavi, Iniesta, Pirlo, Messi, Buffon o Vidal gustan de tener quien les aplauda; Obama, Merkel, Cameron y compañía prefieren hacer su juego a escondidas. Cosas de la vida. Porque si el fútbol mueve pasiones, y también voluntades como demuestra el escándalo de la FIFA, la política de altos vuelos y de puertas cerradas decide el futuro de miles de personas.
Cuando el G7 (otrora G8, porque incluía a Rusia) olvida sus promesas del pasado, como eso de refundar la globalización, ahora deciden si mantener o no las sanciones a Rusia, cómo responder al Estado Islámico, o cómo afrontar los problemas de malnutrición, entre otras muchas cuestiones. Y Merkel es la anfitriona y la que ha organizado la agenda de trabajo, pero es el Barcelona el rey de Europa.