Los aledaños del Consejo (centro de poder de la UE) y la Comisión (su brazo ejecutivo) han quedado libres de las telarañas de redes de seguridad y control por las que pasaron los mandatarios de 61 países (casi un tercio de la membresía de las Naciones Unidas) de ambos continentes y centenares de medios de comunicación a la caza de noticias.
Pero el acontecimiento no dejó apenas novedades merecedoras de pasar a la historia.
Desde una perspectiva americana, el detalle más importante de este balance es que Bruselas no es Panamá, donde el 10 y el 11 de abril se celebró la VII Cumbre de las Américas, y que el escenario europeo tiene unos protagonistas diferentes y unos temas de perfil y calado contrastivos con los imperantes al otro lado del Atlántico.
De una manera u otra, los interlocutores latinoamericanos tomaron buena nota de las diferencias y asumieron las consecuencias. Ningún detalle es mejor para resaltar la novedad de esta cumbre que la ausencia de unos líderes latinoamericanos con potencial de protagonismo y la presencia exhaustiva de algunos europeos con tenue relación con América Latina.
Los ausentes apenas incidieron en los acontecimientos, mientras los presentes europeos acapararon un sector de las noticias. Notables ausentes latinoamericanos fueron la argentina Cristina Fernández de Kirchner, el venezolano Nicolás Maduro y el cubano Raúl Castro.
La presidenta argentina decidió dedicarse a enfrentar las dificultades de la supervivencia de su partido en las elecciones generales de octubre. Maduro consideró más prudente quedarseen Caracas, después de suspender su visita al Papa Francisco, y cuidar el terreno bajo las presiones internacionales, incluida la mediación del expresidente socialista español Felipe González, sobre la represión contra sus opositores. Bruselas no sería el escenario apropiado para el protagonismo que trató de capturar en Panamá.
Con respecto a Raúl Castro, consideró sabiamente que no hubiera conseguido atraer la atención mediática que en Panamá compartió con nadie menos que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
El acomodo de la relación entre Cuba y la UE tiene un calendario lento pero preciso para la desaparición de la Posición Común del bloque europeo sobre el país caribeño, adoptada en 1996. No es cuestión de hacer ruido innecesario. Delegando el poder en el discreto vicepresidente Miguel Díaz Canel se mandaba un mensaje de normalidad y de futuro.
Fue similar la actitud adoptada por el ecuatoriano Rafael Correa, presidente de turno de la Celac, quien se comportó profesionalmente en compañía de los presidentes de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, y del Consejo, Donald Tusk, enfatizando los puntos de coincidencia, expresando admiración por el proceso europeo de integración, y aludiendo prudentemente a los temas en que todavía hay desacuerdo.
En contraste, obsérvese que el protagonismo europeo estuvo acaparado por dos líderes con objetivos diferentes que aprovecharon las reuniones paralelas para avanzar en sus respectivas agendas de sus especiales relaciones con la UE.
El primer ministro británico, David Cameron, aprovechó los encuentros para seguir en sus entrevistas con diferentes colegas a fin de compartir su estrategia con respecto al prometido referendo de permanencia en la UE, programado para 2017, como resultado de su espectacular triunfo legislativo en las elecciones del 7 de mayo.
Luego de estrechar las manos con diversos líderes latinoamericanos, Cameron fue sopesando uno a uno a los europeos con respecto a la recepción de sus exigencias de reformar la UE para quedarse en ella y evitar el llamado «Brexit».
Pero ningún otro protagonista europeo acaparó mayor atención que el primer ministro griego, Alexis Tsipras, en su intento de retrasar al máximo su aceptación de las condiciones financieras de la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo (BCE), conocidos como la Troika, con respecto al pago de la deuda. Bajo la amenaza de salida del euro y el peligro de contaminar a toda la UE, el tema del «Grexit» oscureció toda la agenda de la Celac con la UE.
El entramado de las relaciones entre la UE y las diversas ramas de la Celac va quedar aproximadamente como antes. El significado de la palabra «integración» ha ido adquiriendo una connotación diferente desde la época enque era la condición europea unida al refuerzo de la supranacionalidad.
Con el paso de los años, Bruselas fue simultaneando ese anhelo con el pragmatismo de acuerdos con países individuales (México y Chile, primero, y ahora Perú y Colombia), además de «asociaciones estratégicas», tanto con gigantes como Brasil, como con escenarios concretos (América Central) y el refuerzo de partenariados (con la Comunidad del Caribe, Caricom).
Obsérvese que en toda etapa de reforma de las alianzas y entramados de integración y cooperación, el tema tabú de la soberanía nacional y la integridad territorial de los estados ha prevalecido. Ante los intentos de influencia europea para mediar en los conflictos internos, América Latina ha cerrado filas, como ha sido el caso notorio de la redacción de una declaración de la Asamblea Interparlamentaria (Eurolat) sobre Venezuela.
Europa, hay que decirlo, también ha respondido de similar manera al impedir la inserción de una condena explícita a Estados Unidos por sus alusiones al régimen de Caracas como amenaza.
Sin la institucionalización de la Celac, la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) quedaría como especial foro funcional de consultas en América del Sur. Mientras, Brasil y México plantean forjar un eje con el que conectar sus mutuas zonas de influencia en el sur y en América del Norte. Pero ni la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, ni su par mexicano, Enrique Peña Nieto, están reconocidos para ser el «teléfono» de América Latina.
Sobre el ambiente de la cumbre revoloteaba el inevitable impacto de la evolución del Partenariado-Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, en inglés) entre la UE y Estados Unidos, a la espera de la eterna expectativa del inacabado acuerdo con el Mercosur (Mercado Común del Sur). La progresiva desaparición funcional de la Comunidad Andina confirmaría la oscilación de Colombia y Perú a integrarse en la Alianza del Pacífico.
Simbólico y al mismo tiempo significativo es el acuerdo con la UE para eliminar la exigencia de visados Schengen para viajeros de esos dos países latinoamericanos, una decisión que se prevé se extenderá a otros países latinoamericanos, con efectos en las inversiones y ordenamiento de las migraciones.
Pero a pesar de todas las limitaciones, conviene recordar que la región de la Celac es el cuarto socio de la UE, por detrás de Estados Unidos, Rusia y China. La propia UE es el segundo socio de la Celac. La asignación de más de 100 millones de euros (112 millones de dólares) para programas empresariales es una muestra del renovado interés europeo por América Latina, para compensar la influencia de China.