Los partidos políticos opuestos al gobierno de Ilham Alíyev, han aprovechado el interés mediático del festival de Eurovisión para denunciar, igual que han hecho las organizaciones de derechos humanos, a un régimen dictatorial que no respeta libertades, mantiene la represión y obstruye las investigaciones policiales y judiciales sobre varios crímenes políticos todavía sin esclarecer.
El gobierno también ha utilizado el festival, organizado por las televisiones públicas europeas, para maquillar su política. Se calcula que unos 125 millones de personas verán la final del certamen, pero cuando los focos se apaguen muy pocos sabrán que tras el carton piedra hay una de las dictaduras más férreas de las antiguas exrepúblicas soviéticas, que basa su control en la riqueza que le proporcionan el petróleo y el gas. Azerbaiyán recibe fondos de los programas de política de vecindad de la UE y en 2001 ingresó en el Consejo de Europa, donde una de las exigencias para la incorporación de un Estado, es que se respeten los derechos humanos. Hace unos días visitaba el país una delegación de la Asamblea Parlamentaria de ese organismo, que ha decidido aplazar su informe hasta finales de año.
El edificio que alberga el festival, el Baku Crystall Hall, es una muestra del asombroso desarrollo económico que viven algunas zonas del país, especialmente la capital. También es un ejemplo del autoritarismo que rige esta república de poco más de 8 millones de habitantes. Para levantar el palacio de cristal desalojaron sin previo aviso a familias enteras ofreciéndoles una mínima indemnización, según denunció «Human Rights Watch». Azerbaiyán, situada en un lugar estratégico entre Europa y Asia, vive entre la modernidad, la tradición, y un incipiente islamismo radical. Sus reservas en petróleo (7.000 millones de barriles) y de gas (30 billones de metros cúbicos) la hacen apetecible para Europa. Está situada en el denominado «corredor sur» por donde los países de la UE quieren recibir el petróleo y el gas del Caspio y diversificar así su dependencia energética de Rusia.
Parece que los focos del festival deslumbran a los espectadores y a los políticos europeos.