Por Simón Marius
Yo, ciudadano perplejo, no he acertado a entender lo que han decidido los líderes europeos en esa sucesión de cumbres que me ha tenido en vilo para nada. Decían que iban a pasar página a la crisis y yo sigo teniendo hoy las perspectivas tan negras como ayer. Van a solucionar la confianza en los bancos, pero no parece importarles mi confianza. Ni siquiera me han engañado un poco como otras veces. No han citado ni el empleo, ni los créditos, ni mis prestaciones sociales. Será que no hay de eso.
Definitivamente Europa está en crisis. O yo estoy en crisis. He soñado que este 1 de mayo, yo, ciudadano indignado, me levantaba pronto, cogía mi pancarta reivindicativa, me armaba de valor solidario con intención de sumarme a millones de europeos que deberían gritar conmigo contra los ajustes, los recortes salariales, los retrasos en la edad de jubilación, la falta de exigencias a los poderes financieros. Y el sueño se convertía en pesadilla indignada al comprobar que Europa y sus dirigentes ni siquiera son objeto de críticas feroces. Europa no existe como concepto reividincativo. Me he encontrado indignado y solo en mis protestas laborales, sociales y europeas. Definitivamente estoy en crisis. Soy un ciudadano indignado, solo y antiguo.
Esto se pone feo, señores. Eso que ha dicho la señora Merkel de que «el intento de hacer una sociedad multicultural en Alemania ha fracasado» da mala espina. Lo malo es que debe ser verdad, pero si con ello ha querido decir que cierra la puerta a la inmigración acaba de poner el último eslabón a una cadena de agravios e injusticias contra los que menos tienen.
A mí, ciudadano perplejo, me enseñaron que Europa construía una sociedad de valores, de solidaridad, de generosidad, de acogida. Pero a los gitanos los echan de Francia, al gobierno holandés le apoya un partido xenófobo y hasta a Eto'o le entonan canciones racistas en un campo de fútbol italiano. Lo dicho, Europa empieza a darme miedo.
Yo, europeísta convencido, he buscado argumentos para no distraer mis convicciones y he querido reafirmarme averiguando qué ha hecho la UE por mí esta semana. Ha sido descorazonador.
Muy posiblemente, cualquier político o analista me daría mil argumentos para confirmar que la UE está volcada en salvar al euro y, por tanto, a mí mismo; que ha estrechado lazos y abierto mercados con América Latina que me beneficiarán en el futuro y hasta se ha preocupado porque no me vendan trozos de filetes pegados como si fueran uno auténtico. No sé yo.
Ya es mala suerte que el Día de Europa coincida con una crisis financiera galopante y unos líderes europeos atónitos al ver que esa flamante unión monetaria que han construido se puede derrumbar con un clic de ordenador desde cualquier parte del mundo.
Este 9 de mayo nos dicen que hay que aprender la lección de Grecia, pero ¿cuál? ¿La de los bancos que temen perder dinero con el que especulan o la de los ciudadanos griegos saqueados en sus mediocres condiciones de vida? Les juro que el demagogo no soy yo, son otros. Miren la definición de demagogia que hace el diccionario: halago de la plebe para hacerla instrumento de la propia ambición política.