A principios de enero de 2009 llegaba a Europa una ola de frío y paralelamente Rusia cortaba el suministro de gas al continente, debido a desavenencias con Ucrania, país por donde pasan los gasoductos. El conflicto entre los dos países puso en evidencia la dependencia energética de la Unión Europea respecto a Rusia.
En febrero, se organiza la I Cumbre de la Unión Europea sobre energía, en un momento de crisis, donde el debate se intuye complicado y donde las buenas intenciones para conseguir los resultados previstos en 2020 deben transformarse en hechos concretos.
Según una encuesta realizada en Serbia a 1.500 personas, el 54,3% afirmaba que los homosexuales tendrían que recibir tratamiento médico e incluso un 10% llegaba a pedir que los homosexuales fueran hasta aislados de la sociedad. Este resultado es sólo una muestra de la dureza que supone para muchos chicos y chicas de Bosnia-Herzegovina, Croacia y Serbia ser gays.
Los incidentes de la Gay Parade de Belgrado el pasado mes de octubre y las continuas manifestaciones, declaraciones y ataques que sufre la comunidad homosexual en los Balcanes pintan un futuro poco prometedor para este colectivo. Tal y como nos cuenta Esther, una profesora de español en Belgrado, «me dan más miedo las nuevas generaciones de este país, deben cambiar mucho las cosas o si no menudo futuro les espera a los gays».
El primer ministro ruso, Vladimir Putin, ha propuesto, desde la prensa alemana, nuevas vías de acercamiento a la UE y ha imaginado un gigantesco espacio económico de Lisboa a Vladivostok.
Putin prevé que Rusia entre en la Organización Mundial del Comercio en 2011, lo que facilitaría las cosas al gigante ruso de cara a la UE. Desde la desmembración de la antigua URSS, Rusia y Europa han ido limando asperezas y estableciendo vínculos, sobre todo, comerciales. ¿Llegará adherirse Rusia a la Unión Europea algún día? Parece que hay un largo camino por delante.
El acuerdo Schengen, que permite el libre tránsito de personas entre una treintena de países de Europa, ha cumplido 25 años. Hoy es uno de los grandes símbolos de pertenecer a un club que se llama Unión Europea y que facilita los viajes, el turismo y el comercio. Se planteó además como un sistema que abría la fronteras interiores de Europa y blindaba las exteriores.
No es un éxito total porque no todos los países de la UE firmaron el acuerdo y otros lo aplican parcialmente. Las diferencias entre las legislaciones plantea problemas y los euroescépticos lo consideran una cesión de soberanía. A pesar de todo, más de 400 millones de europeos hoy pasan las aduanas de un país a otro de Europa sin mostrar su pasaporte.
La UE no sabe cómo financiar su mayor proyecto de investigación
El ITER (Reactor Termonuclear Experimental Internacional) está paralizado por falta de financiación. A su multimillonario presupuesto inicial hay que añadir ahora 1.400 millones de euros de gastos adicionales y, en estos tiempos de recortes de gasto público, los 27 no encuentran fórmulas para afrontar nuevos pagos.
Sin embargo, reconocen que el ITER sigue siendo un proyecto de primera importancia estratégica para Europa. Se trata de demostrar que la fusión nuclear es factible tanto desde el punto de vista científico como tecnológico, de modo que su construcción supondría un revulsivo para la investigación europea con importantes repercusiones en el crecimiento y el empleo.
La UE cuenta, desde la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, con una Carta de Derechos Fundamentales, jurídicamente vinculante, en la que reafirma los derechos y libertades reconocidos en la propia Unión.
Si su incorporación al Tratado ya fue complicada, su aplicación y respeto aún lo está siendo más. Las diferencias de conceptos y legislaciones entre los 27 imposibilitan de momento la existencia de una justicia europea con los mismos criterios.
Los presidentes de Tribunales Supremos de la UE apostaron en Madrid por seguir construyendo un espacio único de justicia, libertad y seguridad.