He seguido como cualquier ciudadano mediterráneo con horror y espanto los últimos episodios vividos en aguas de nuestro «Mare Nostrum». Es indudable que todos coincidimos en que no podemos seguir como hasta ahora, esperando que la tormenta migratoria pase ...
Cuando el calendario señala que esta semana se cumple el décimo aniversario de la muerte de Yasser Arafat, Abú Ammar, se me agolpan los recuerdos, los sentimientos y las imágenes de decenas de reuniones en Gaza y Ramala, su agonía en París, el funeral de El Cairo, y la tumultuosa y caótica despedida en la Mukata. Siempre mantuve con él una buena relación y admiré su sentido político y compromiso patriótico.
Los últimos acontecimientos en Gaza me devuelven la crueldad y el sufrimiento de una región a la que he dedicado muchos de mis esfuerzos profesionales y personales que, desgraciadamente, no logra poner punto final a más de 64 años de conflicto. Del lado palestino son ya más de doscientas personas las fallecidas en la última semana que, junto a edificios destruidos, se instala la desesperación de una población que duerme desamparada cada noche por los bombardeos y sin saber si al día siguiente alguno de ellos o de su entorno habrá desparecido. Del lado israelí, las sirenas de Tel Aviv, que no habían sonado desde la guerra de Irak, contaminan ahora la noche de las familias con temor e incertidumbre.
Aunque soy muy consciente de que el tópico es un lugar común y, por ello, en muchas ocasiones pierde significado, pero no por muy repetido que éste sea deja de ser cierto: el mejor Embajador de España ha sido el Rey Juan Carlos I. Desde su posición de Jefe del Estado, y con gran intuición, destreza y habilidades de buen negociador, consiguió desmantelar el aislamiento al que España fue sometida durante décadas.
Hace unas semanas se produjo un típico episodio de las siempre turbulentas relaciones hispanoguineanas. Para cualquier observador ajeno, lo sucedido no tiene explicación lógica. El Presidente de la excolonia española en África viaja a nuestro país como único Jefe de Estado extranjero para rendir homenaje a uno de nuestros más admirados y respetados políticos: el Presidente Adolfo Suárez. Venía para agradecer la cooperación española en favor de su país. Al margen de los saludos protocolarios en la catedral madrileña, nadie lo recibió oficialmente, aunque sí recibió descalificaciones personales y duras críticas por su presencia.
En los ámbitos de la política exterior y las relaciones internacionales hoy se cuestionan la validez y eficacia de las sanciones a los Estados y de las medidas selectivas o «embargos inteligentes». Este debate se ha trasladado también a la sociedad civil donde se destaca su ineficacia y el sufrimiento, empobrecimiento social e institucional que se inflinge a sociedades y Estados. Desde su implantación en 1960, no han sido un medio idóneo para «imponer democracias», porque el hecho de la «imposición» niega el propio espíritu de la democracia.