(Análisita GESI)
En septiembre de 2013, el régimen sirio, personalizado en el presidente Bashar Al-Assad, se hallaba en la cuerda floja. Más allá de la presión insurgente, la inequívoca utilización de sus arsenales de armas químicas para luchar contra los rebeldes había llevado a las potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, a estudiar una intervención militar de castigo, lo que sin duda hubiese provocado un vuelco total en la guerra que asola aquel país de Oriente Próximo.