«Queríamos llevar un mensaje de solidaridad a todos los rincones de Alemania, para conocer a otros refugiados y decirles que no tengan miedo, que tomen sus vidas en sus propias manos y, sobre todo, que no son delincuentes», dice la activista sudanesa Napuli Görlich, tras un mes de viaje.
Napuli, el activista Turgay Ulu, un periodista turco que fue torturado y sufrió la cárcel durante 15 años, y el periodista gambiano Muhammed Lamin Jadama, estuvieron el 1 de abril en este mismo lugar, frente al Punto de Información para refugiados de Berlín, que fue víctima de uno de los varios ataques incendiarios que ha habido este año, incluido uno contra una casa de asilados en Tröglitz, en el estado oriental de Sajonia.
El Punto de Información era una base de solidaridad social en el corazón de la plaza berlinesa de Oranienplatz, también conocida como O'Platz, que tiene una importancia simbólica como bastión central del movimiento de solicitantes de asilo en todo el país.
«Fue un momento muy triste para nosotros. Este tipo de ataques brutales nos golpean donde más duele, en nuestro sentido de vulnerabilidad, precariedad e invisibilidad», admite Napuli. Una de las personalidades más conocidas del movimiento de refugiados alemán, Napuli nació en Sudán y estudió en las universidades de Ahfad y Cavendish en Kampala. La activista sufrió torturas y persecución por dirigir una organización de derechos humanos en su país, tras lo cual huyó a Alemania.
Desde el principio se vinculó al «campamento de protesta» en O'Platz, que se convirtió en su casa y la de 40 activistas más en octubre de 2012. Allí instalaron tiendas de campaña tras realizar una marcha de 600 kilómetros desde el centro de recepción de refugiados en Wurzburgo, Baviera. Finalmente, el consejo de distrito local ordenó el desalojo del campamento en abril de 2014.
El movimiento de refugiados alemán comenzó tras el suicidio de un joven iraní solicitante de asilo, Mohammad Rahsepar, que se ahorcó en su habitación en el centro de recepción de Wurzburgo, el 29 de enero de 2012.
En su marcha a Berlín, los manifestantes se detuvieron en otros centros de detención, sensibilizándose sobre las condiciones inhumanas de aislamiento que padecen los refugiados e invitándolos a unirse a la marcha por la libertad hacia la capital alemana. Desde entonces, el movimiento exige la abolición de la política de residencia forzada de Alemania, que le niega la libertad de movimiento a los solicitantes de asilo.
También piden el cese de las deportaciones, el derecho a la educación, la posibilidad de trabajar legalmente y el acceso a la atención médica de emergencia, cosas que los solicitantes de asilo no tienen.
Tras el desalojo del campamento de protesta en O'Platz, muchos de los refugiados, en su mayoría africanos, ocuparon un edificio escolar vacío en Berlín, el Gerhardt-Hautmann-Schule, donde realizaron actividades socioculturales hasta junio de 2014. Las autoridades pretendieron desalojarlos con 900 efectivos policiales, que prohibieron el paso a visitantes, medios de comunicación, organizaciones de voluntarios e incluso a grupos religiosos y la entrega de alimentos.
Los refugiados se negaron a abandonar el edificio y algunos subieron a la azotea para realizar una huelga de hambre durante nueve días, mientras agitaban una pancarta con la leyenda «¡No se puede desalojar a un movimiento!», que ahora es el lema de los activistas. Algunos, como el bloguero sudanés Adam Bahar y el periodista Ulu, siguen viviendo en la escuela, con la esperanza de que el distrito acceda a instalar un centro internacional de refugiados allí y que puedan recibir visitas.
Ángela Davis, la activista estadounidense de derechos humanos, tampoco pudo pasar cuando intentó visitar a los refugiados recientemente. «El movimiento de refugiados es el movimiento del siglo XXI», dijo Davis, en referencia a la difícil situación de los migrantes en todo el mundo.
«La policía puede venir a cualquier hora de la noche y llevarnos. Estamos bajo constante amenaza de deportación. Me siento muy estresado, no puedo dormir muy bien», nos explica un refugiado, y añade que solo tienen una ducha fría y defectuosa para 40 personas.
El problema es que el trámite para solicitar asilo en Alemania tiene un plazo de espera excesivo. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) informó en 2014 que el país tiene actualmente el mayor número de solicitudes de asilo desde la guerra de Bosnia en 1992. Se calcula que hay 200.000 solicitudes de asilo pendientes y se prevé que superen las 300.000 a fines de este año.
El bloguero Bahar dice que su sueño de una vida mejor, de libertad y riqueza, se evaporó cuando llegó a Europa, donde pronto se dio cuenta de que la libertad y los derechos humanos no son para todos. «En las dictaduras, los jóvenes sufren la represión sistemática por una simple crítica al régimen. Ante la falta de trabajo y de libertad de expresión, recurren a la emigración legal o ilegal tras el señuelo de los medios de comunicación extranjeros con sus eslóganes vacíos de justicia y libertad».
Hoy en día, «el colonialismo, que nació en Berlín en 1884, se aplica con el fomento de las guerras y la venta de armas», continua Bahar, que da seminarios en la berlinesa Universidad Humboldt.
Mientras tanto, el movimiento de refugiados parece haber logrado algunos avances, aunque limitados. El sistema de residencia forzada, por ejemplo, ha sido levantado en varios estados federales, y el senado de Berlín acaba de anunciar que para 2017 construirá alojamiento para 7.2000 refugiados en 36 localidades de la capital, a un coste de 150 millones de euros.