Aunque muchas áreas de la ciudad están bajo el control del moderado Frente Islámico, el Jabhat al Nusra (Frente de Apoyo), relacionado con la red islamista Al Qaeda, ayuda a satisfacer las necesidades básicas en zonas donde no logra hacerlo la desfinanciada administración del opositor Consejo Nacional Sirio.
Hemos observado cómo miembros del grupo armado repartieron bloques rectangulares de hielo de un metro de longitud, deslizándolos previamente por tubos de metal, a los habitantes que están sin electricidad ni agua corriente desde hace meses.
«Son buena gente», señala un residente, a quien sin embargo esos mismos hombres lo habían detenido unos meses atrás por motivos no divulgados. «Son amigos», añade. Pero en privado muchos sirios expresan que no están contentos con el grupo, aunque no es «ni de lejos tan malo como 'Daeesh'», en referencia al Estado Islámico, antes conocido como ISIS.
El interior de las oficinas municipales de Alepo, recién pintadas de blanco y con archivadores de un rojo subido, marca un fuerte contraste con los edificios derruidos y los bloques de cemento que cuelgan precariamente sobre las calles donde los habitantes que quedan prosiguen con sus tareas diarias como pueden. «Nos atacaron muchas veces, pero tenemos que demostrar que vamos a seguir reconstruyendo», comenta un empleado.
El jefe municipal Abdelaziz al Maghrebi, exprofesor y gerente de una fábrica textil, camina con una cojera producto de la lesión de un proyectil disparado por un tanque que no recibió el tratamiento adecuado. El municipio tiene a su cargo el registro civil, la educación, los asuntos legales y la defensa civil de Alepo, y cuenta con una oficina encargada de la electricidad, el agua, el alcantarillado y la basura, pero rara vez recibe dinero del «gobierno en el exilio», asegura Mohammed Saidi, gerente financiero municipal. «La cantidad de dinero recibida depende del mes, y en julio no recibimos dinero del Consejo Nacional Sirio», explica.
Las denuncias sobre el desvío de dineros públicos por parte de los funcionarios «son falsas», afirma. Los donantes y las fundaciones privadas desempeñan un papel importante en el presupuesto del Consejo, y «la financiación depende de las propuestas de proyectos que se acepten», precisa Saidi.
Hace cuatro meses se autorizó la construcción de refugios subterráneos y hasta la fecha se han construido 16, explica el director de Defensa Civil de la ciudad. Ibrahim Aljalil, director de salud de las zonas de Alepo en poder de los insurgentes, explica que, dados los ataques continuos contra el personal médico y los hospitales, es necesario «mantener en secreto y cambiar con frecuencia» la ubicación de las instalaciones sanitarias.
Este médico sirio, que ejerció casi siempre su profesión en Arabia Saudita y solo regresó tras el comienzo de la sublevación, indica que los antibióticos, el agua, la electricidad y el personal capacitado eran escasos o inexistentes por completo. Agrega que la falta de mantenimiento de los vehículos y el terrible estado de las calles implicaban que mucha gente moría sencillamente por no poder llegar a los pocos centros médicos existentes.
Por otra parte, el municipio local solo puede proporcionarles fondos a algunos servicios médicos que no reciben ayuda de otros donantes, informa el jefe comunal Al Maghrebi. No obstante, no habrá suministros que alcancen para resolver el problema principal si «no se impide que el régimen siga matando y lastimando en primer lugar», sostiene Aljalil en referencia al gobierno de Al Assad.
Por las noches, el conductor de un camión, con las luces apagadas para no llamar la atención de los aviones de las fuerzas armadas sirias, se abre paso por las calles de un barrio céntrico con el grito de 'Haleeb', 'Haleeb' (leche). Los francotiradores dispararon contra varios niños de la zona mientras cruzaban una calle, que ahora está «protegida» por una tela acribillada a balazos con el fin de reducir la visibilidad.
En el distrito de Salahheddin, la «primera zona liberada de Alepo» y cuyo nombre mismo adquiere un aire de estatus mítico para algunos, los niños ríen y juegan al fútbol en la calle vacía cerca del frente de combate después del anochecer. A pocos pasos, la sangre de un niño tiroteado recientemente por un francotirador todavía mancha el suelo. A pesar del riesgo constante de los francotiradores del gobierno, a menudo las zonas próximas a la primera línea de combate son los «lugares más seguros, ya que están demasiado cerca de las áreas del régimen para que puedan arrojar las bombas de barril», aseguran los vecinos. «¿Por qué vino aquí? ¿Qué más hay para contar?», nos pregunta un muchacho pecoso y pelirrojo de unos 20 años.
El joven trabaja para que organizaciones benéficas extranjeras ayuden a su organización a proporcionarles 50 dólares al mes y paquetes de alimentos a las viudas y huérfanos más necesitados de los caídos en los combates. A fines de julio, una bomba de barril que cayó frente a la oficina de la organización humanitaria, mató a uno de sus amigos y compañero de trabajo.
Ahora hay sacos de arena apilados delante de las ventanas y, según otro voluntario, más de la mitad del personal huyó inmediatamente después del incidente a otras partes del país o a Turquía. O simplemente dejaron de acudir a la oficina por miedo, añade una mujer vestida con un nicab que también trabaja en la organización.
La organización tiene una panadería subterránea que abastece de pan a los necesitados, pero unos días antes de nuestra visita se había roto el equipo de trabajo. No se sabía cuándo lo arreglarían, si podrían traer a Alepo las piezas de repuesto necesarias, ni si las fuerzas del gobierno se apoderarían de la única ruta de abastecimiento que le queda a la ciudad.