En este 2014 se conmemoran algunos centenarios de acontecimientos que han marcado la historia del siglo XX y también los de algunos de sus escritores. El comienzo de la primera guerra mundial y la apertura al tráfico del Canal de Panamá se celebran con los cien años del nacimiento de Octavio Paz, de Adolfo Bioy Casares y de Julio Cortázar, de Marguerite Duras y de William Burroughs, Dylan Thomas, de Martín de Riquer... Se recuerdan a lo largo de estos doce meses con actos y publicaciones que rescatan del olvido o traen a la actualidad acontecimientos y obras que marcaron la historia y la cultura del último siglo.
De los escritores de los que este año se celebra el centenario de su nacimiento, el menos leído en España es el checo Bohumil Hrabal. Algunas de sus novelas, como «Trenes rigurosamente vigilados», se conocen más entre nosotros por sus adaptaciones cinematográficas que por su lectura, aunque en algunos sectores Hrabal sea eso que se llama un autor de culto.
En Madrid, La casa del Lector muestra estos días una exposición (hasta el 21 de septiembre) dedicada a Bohumil Hrabal en la que se pueden ver desde las primeras ediciones de sus libros y los collages que él mismo elaboraba con pinturas y fotografías, hasta documentos personales e imágenes poco conocidas o nunca expuestas ni publicadas, así como carteles de las películas adaptadas de sus novelas. Un ciclo de cine con «Trenes rigurosamente vigilados», «Alondras en el alambre» y «Yo serví al rey de Inglaterra» completan las actividades de la Casa del Lector dedicadas a Hrabal. La editorial Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores publica «Los frutos amargos del jardín de las delicias», una amplia biografía de Hrabal escrita por su amiga y traductora, la checa Mónica Zgustova, mientras esta misma editorial viene sacando desde hace meses algunas de sus mejores obras.
Una vida apurada hasta el final
Bohumil Hrabal creció en la casa de sus abuelos, quienes le cuidaron mientras su madre soltera trabajaba después de ser abandonada por un padre que eludió hacerse cargo del bebé. Con sus abuelos aprendió a amar la vida, la luz del sol, el efecto purificador del agua de los torrentes, los arroyos, los riachuelos y la lluvia, el placer de caminar descalzo... y también a respetar a la muerte durante los entierros que pasaban de vez en cuando por delante de la puerta de su casa, camino del cementerio. El de su abuelo le hizo sentir por primera vez el dolor de la pérdida de un ser querido. Con un padre que le cuidó como si fuera su hijo biológico, el niño Bohumil vivió una infancia humilde y feliz salpicada de arriesgadas travesuras (a punto estuvo de ahogarse dos veces) y experiencias tomadas más de la calle que del colegio, un lugar en el que decía sentirse como en el reino de sombras en el que habitan los muertos. Su microcosmos infantil era el de las instalaciones y los tejados de la fábrica de cerveza en la que trabajaba su padre en Nymburk, y las tabernas a las que lo acompañaba y en las que conoció a algunos de los personajes que años más tarde poblarían su mundo literario.
Comenzó a escribir sus primeros poemas en el envés de las hojas de las facturas, en una vieja máquina de escribir que había en un despacho de la fábrica, en el que se colaba cuando no había nadie. La cerveza lo acompañó durante toda su vida, en la celebración de todo tipo de acontecimientos, en las reuniones con amigos y familiares, en la compañía de desconocidos que le contaban sus vidas y a los que contaba la suya, incluso en la soledad nunca faltaba una jarra de cerveza; casi siempre algunas más.
El alimento del espíritu lo descubrió con la lectura del primer libro que cayó en sus manos: «Gargantúa y Pantagruel», de Rabelais. Mientras en el colegio cosechaba fracasos cada vez más rotundos, la calle iba alimentando una imaginación que comenzó a manifestarse primero a través de la poesía (fundó con Karel Marysko el movimiento que llamaron Neopoetismo) y más tarde en una prosa sencilla y contundente por la que circulaban personajes extravagantes, lunáticos, parados y marginados, hombres y mujeres sin erudición, habitantes de los bajos fondos que vivían en chabolas, al borde del abismo, o que tenían un huerto con verdura y criaban un cerdo.
Eran los personajes con los que se identificaba: el mayor héroe de todos –decía- es el hombre corriente que cada día va a trabajar y que vive la cotidianidad de un hombre de la calle. El que sería presidente de la República Checa, Vaclav Havel, compañero de Hrabal en la clandestinidad, escribió sobre él que era «un hombre corriente que escribe, no un escritor que vive como un hombre corriente» («Sobre la prosa de Bohumil Hrabal», 1956). Tampoco en la universidad consiguió interesarse por la carrera de Derecho, que comenzó a estudiar: estaba más pendiente de la vida que fluía a su alrededor. De ahí que tuviera que ganarse la vida en oficios que le divertían y llenaban sus expectativas: ferroviario, agente de seguros, viajante de comercio... oficios que le daban la oportunidad de conocer a herreros, jardineros, sastres, panaderos y carpinteros y a toda la gran variedad de tenderos que poblaban un territorio insólito. También trabajó como tramoyista del teatro S.K. Neumann de Praga, durante una época que siempre recordó con añoranza.
Como trabajador en los altos hornos de la siderúrgica Poldi se encontró con antiguos profesores universitarios, banqueros e industriales, científicos y directores de empresas, que eran destinados allí por el régimen comunista, castigados a trabajos forzados, entre presos comunes. Abandonó el partido comunista después de un año de militancia, al comprobar sus métodos coercitivos y ser consciente de la mentira que suponía la propaganda que hablaba de un mundo idílico de los trabajadores mientras «en la realidad, ese trabajador, al volver a casa, escupe brea y se desploma sobre la cama».
Su trabajo más insólito fue en un almacén de papel viejo prensado, al que llegaban los camiones cargados con los libros secuestrados por el régimen para su destrucción (esta etapa de su vida le inspiró la novela «Una soledad demasiado ruidosa», cuyo personaje principal, Hant'a, es su alter ego): se calcula que en Checoslovaquia se destruyeron unos 30 millones de libros con este sistema entre 1948 y 1955. En su obra influyeron la literatura de Baudelaire, de Kafka, de Joyce, la filosofía de Lao Tse (el «Tao Te King»), de Kant, de Nietszche, de Schopenhauer, el arte Manet, de Dalí (del que admiraba su método paranoico crítico), de Miró y de Tapies, y sobre todo la fascinación del action painting de Jackson Pollock.
Popularidad y represión
Publicó su primer libro a los 49 años, «Una perla en el fondo del río», un relato que pronto fue adaptado al cine («Las perlas del fondo del agua». Jiri Menzel, 1965). El éxito de esta primera novela facilitó que publicase las obras que guardaba desde hacía años, «Cuentos de los parlanchines», «Lecciones de baile para adultos y adelantados» y sobre todo «Trenes rigurosamente vigilados», con cuya adaptación al cine Jiri Menzel ganó un Oscar en 1967. En los años sesenta, el éxito y los viajes internacionales se mezclan con acontecimientos dolorosos: la muerte de sus padres, de su tío Pepín, un personaje fascinante que influyó de manera decisiva en su literatura, el suicidio de su amigo el pintor Vladimir Boudnik... un rosario de desventuras que culmina en 1968 con el aplastamiento de la Primavera de Praga por los tanques de la Unión Soviética y el fin en Checoslovaquia de aquel periodo de libertad liderado por Dubcek que había propiciado, entre otras cosas, el triunfo de su literatura.
Hrabal, que se niega a exiliarse («lo que se cocina en casa ha de comerse en casa»), se refugia entonces en su casa de campo, en compañía de su mujer y de sus gatos, en comunión con la naturaleza, en una existencia monótona interrumpida por las frecuentes detenciones durante las que era sometido a prolongados interrogatorios por la policía política. Sus obras fueron secuestradas y destruidas, se le prohibió salir del país y fue sometido a una estrecha vigilancia, una situación que le provocó un delicado estado sicológico que las autoridades culturales del país aprovecharon para publicar unas supuestas declaraciones suyas a la revista oficial «Tvorba» en las que criticaba a los enemigos del régimen.
Tras la caída del muro, la figura y la obra de Rabal fueron rescatadas de un secuestro político que las había mantenido prohibidas durante muchos años, aunque circulaban clandestinamente en samizdat (ediciones mecanografiadas) y fotocopias. Le llegan entonces reconocimientos nacionales e internacionales largamente esperados y publica su biografía en una trilogía («Bodas en casa», «Vita nuova» y «Terrenos yermos») que se lee como cualquiera de sus novelas. También le llegó al fin la oportunidad de hacer una gira por Estados Unidos organizada por April Gifford, una estudiante interesada en su obra (a ella dirige bajo el nombre de Dubenka las cartas de «La flauta mágica»).
Murió en 1997 cuando, enfermo de cáncer, se arrojó al vacío desde la sexta planta del hospital en el que estaba internado. Su cuerpo descansa junto al de su mujer Eliska, fallecida pocos años antes, en una tumba familiar en el cementerio de Hradistko, cerca de Kersko, donde tenían su casa de campo, y a diez kilómetros de Nymburk, el pueblo donde pasó su infancia. Una tumba que Hrabal le había comprado a Eliska como regalo de uno de sus cumpleaños.