La deforestación y la agricultura son responsables de una parte significativa de las emisiones de gases de efecto invernadero de África, aunque el continente no está entre los principales contribuyentes al recalentamiento planetario. Conservar e incluso extender la cubierta forestal africana –la cuenca del río Congo contiene el segundo mayor bosque tropical del mundo- reduciría las emisiones y, a la vez, absorbería carbono atmosférico.
La iniciativa REDD «es muy buena para África, aunque siempre habrá detractores que le busquen inconvenientes. Es especialmente bueno para los países donde predomina el miombo (sabana boscosa)», explica Sharon Kockott, directora de Conservation Science Africa, una entidad que trabaja en la conservación y recuperación de praderas comunitarias en Botswana, Kenia, Zambia y Zimbabwe.
La REDD propone calcular cuánto carbono está almacenado en la vegetación de un área en particular y, en base a eso, expedir los créditos de carbono necesarios para mantener y utilizar de modo sostenible este elemento que, cuando se convierte en dióxido de carbono y se libera a la atmósfera, aumenta el calentamiento global.
Kockott defiende que proteger las reservas de carbono en las praderas y matorrales de la sabana es tan vital mitigar el cambio climático como proteger las selvas tropicales de la cuenca del río Congo. «La teoría que hay detrás de la REDD dice que un bosque no existe de forma aislada, especialmente los de sabana. Pensemos en él como en un embalse. La mayor parte del agua está en la parte más profunda de la presa (las mayores reservas de carbono están en los bosques tropicales ecuatoriales) y las sabanas son como el borde de una represa: el agua más llana en realidad es la que se retira más rápidamente», explica.
Pero Nnimmo Bassey, director de la Health of Mother Earth Foundation (Fundación para la Salud de la Madre Tierra) e integrante de la No REDD in Africa Network (red contra la REDD en África) piensa lo contrario. «REDD es una falsa solución para la reducción del cambio climático. Cuando uno custodia un bosque particular sin ofrecer una solución alternativa, los taladores se trasladarán a otros lugares, porque la necesidad sigue estando allí». «El efecto neto es que la deforestación no se frena. Aunque lo hiciera en un lugar en particular, no habría ninguna garantía de que eso sea de forma permanente».
La REDD también permite considerar como bosques a varias clases de plantaciones. «Eso habilita a quienes ven los árboles como meros sumideros de carbono a reemplazar bosques con plantaciones, diezmando así la biodiversidad, la diversidad cultural y otros usos valiosos de los bosques y los productos forestales», señala Bassey. La REDD puede desplazar a comunidades dependientes del bosque de las áreas donde se desarrollan los proyectos, a cambio de una limitada oferta de empleos, como trabajadores o vigilantes de parques de los mismos recursos forestales que antes disfrutaban. Se han comprometido miles de millones de dólares para desarrollar, implementar y expandir la REDD pero, según la Actualización de Fondos Climáticos del Instituto de Desarrollo en Ultramar, está claro que hasta ahora se ha desembolsado una parte relativamente pequeña de esa suma, especialmente en África.
Mitigar el cambio climático requiere datos detallados y precisos, así como mecanismos de verificación. El desarrollo de REDD expone la ausencia de capacidad administrativa de instituciones locales, nacionales e incluso internacionales en África. Los desafíos que deben superar programas como REDD incluyen la complejidad de establecer niveles de referencia, parámetros como cuánto carbono retiene un segmento dado de un bosque y cómo evolucionará si no se cambian las prácticas actuales, para luego diseñar un proyecto que genere mejores resultados.
Una vez que esos parámetros y proyecciones estén establecidos, queda el enorme problema de contrastarlos con las realidades y su evolución en el terreno, en lugares que a menudo son de difícil acceso. La dificultad de cumplir de forma verosímil con estos requisitos determina, en cierto modo, que el esquema no se haya incluido en las obligaciones formales de luchar contra la contaminación climática y se mantenga entre las opciones de un mercado voluntario en el que las empresas pueden adquirir bonos de carbono como parte de sus políticas de responsabilidad social corporativa.
Por ejemplo, el proyecto REDD del corredor Kasigau, en Kenia, vendió parte de su primera tanda de 1,45 millones de unidades voluntarias de carbono –que representan la misma cantidad de toneladas de carbono secuestrado- al Nedbank de Sudáfrica, como parte de la campaña del banco para presentarse como empresa neutral en materia de carbono. «Debido a la crisis económica internacional que comenzó hace unos años, se asigna menos dinero a los programas de responsabilidad social», admite Kockott.
La directora de Conservation Science Africa añade que «las compañías siempre comprarán primero créditos de reducción de emisiones que les sirvan para sus objetivos obligatorios antes de pensar en los voluntarios».
Los gobiernos africanos trabajan para crear los marcos necesarios para postularse, recibir y administrar fondos de la iniciativa REDD. La República Democrática del Congo cuenta con una Coordinación Nacional para REDD y está implementando un Sistema Nacional de Monitoreo Forestal. Kenia lleva adelante procesos similares y está considerando la creación de un fondo nacional para absorber financiación internacional contra el cambio climático, catalizar recursos privados y alinearlos con las prioridades nacionales.
Philip Mrema, encargado de programas sobre bosques y cambio climático en la Alianza Panafricana de Justicia Climática, cree que la REDD debería centrarse en las poblaciones, fortalecer el uso forestal y ampliar los depósitos de carbono y los beneficios sociales, mejorando así los medios de vida de la gente.