10 millones de personas en el mundo están vivos, pero no «existen», son invisibles, no tienen ningún derecho como seres humanos: son ápatridas. Están en un limbo legal. No son reconocidos como nacionales de ningún Estado y les son negados derechos y servicios que los países, hasta los más pobres, habitualmente ofrecen a sus ciudadanos. Sus hijos tampoco tienen derechos. Según ACNUR, cada diez minutos nace un niño apátrida, por eso esta agencia de la ONU ha lanzado una campaña mundial para acabar con la apatridia en los próximos diez años.
Al lanzar la campaña «Yo pertenezco», el responsable de ACNUR, Antonio Guterres, afirma que no todas las personas apátridas en el mundo se encuentran en la misma situación y explica que muchas de ellas no tienen derechos legales, lo que implica que técnicamente, no existen. «No tienen acceso a la salud pública o a la educación. No tienen acceso a un trabajo legal y algunos de ellos ni siquiera pueden tener un certificado de defunción. Esto es totalmente inaceptable, es una anomalía en el siglo XXI. Y esa es la razón por la que lanzamos esta campaña mundial para erradicar la apatridia en una década».
E Europa hay 600 apátridas, 400 en la UE y la mayoría son originarios de las repúblicas exsoviéticas o del antigua Yugoslvia. Hace tres años, Railya Abulkhanova dijo a un equipo de ACNUR que se sentía como una planta rodadora. «Rueda... empujada por la brisa. Así es la apatridia», explicó en una entrevista para una serie de historias de esta agencia humanitaria. «Y yo quiero echar raíces». Al igual que muchas otras personas apátridas del mundo, entre ellas miles de ciudadanos procedentes de las antiguas repúblicas soviéticas, todavía está esperando. Sin nacionalidad, a las personas apátridas les resulta difícil acceder a los servicios y los derechos de los que disfrutan los ciudadanos. En 2011, Railya, de etnia tártara, estaba viviendo en Francia tras haberse inscrito en ese país como apátrida. Nació en Kazajstán cuando este país era una república soviética y en 1990, cuando tenía 17 años, se trasladó a la ciudad rusa de Ufa para cursar estudios en la universidad. Era una ciudadana soviética con pasaporte, pero la joven vivía en Rusia con un permiso de residencia temporal, denominado propiska.
Todo parecía ir bien pero, en 1991, la Unión Soviética se desintegró y Railya y otros muchos miles de personas quedaron fuera del sistema cuando los nuevos Estados independientes como Kazajstán aprobaron sus propias leyes de nacionalidad. «Nuestras mentes no eran capaces de procesar la noticia de que la Unión Soviética se había desintegrado. Nadie creía que eso pudiera suceder».
Para los responsables de ACNUR «la apatridia puede significar una vida sin educación, sin atención médica o empleo legal... Una vida sin la capacidad de moverse libremente, sin perspectivas ni esperanza». «La apatridia es inhumana. Creemos que es hora de acabar con esta injusticia», ha dicho Antonio Guterres. La mayoría de las situaciones de apatridia son una consecuencia directa de la discriminación basada en el origen étnico, la religión o el sexo. Veintisiete países en la actualidad niegan a las mujeres el derecho a transmitir su nacionalidad a sus hijos en igualdad de condiciones con los hombres, una situación que puede abarcar a generaciones enteras. También hay un vínculo muy real entre la apatridia, el desplazamiento y la estabilidad regional.
No se puede tener un convención en un armario" ha dicho la respresentate de ACNUR en España, Francesca Friz-Prguda, que ha calificado la situación en la que viven estas personas de "inhumana, y además es un tema de interés público".
En julio de este año la Sección Segunda de la Sala de lo Contencioso Administrativo de la Audiencia Nacional dictó dos sentencias que obligan al Ministerio del Interior a reconocer la condición de apátridas a dos saharauis que carecían de un certificado de la misión de la ONU en el Sáhara (MINURSO). Hace un año, el caso de Leonarda Dibrani, una alumna francófona y gitana de 15 años, nacida y criada en Italia, pero de origen kosovar, que fue expulsada de Francia cuado se encontraba en plena excursión escolar, sacó a la luz pública el problema de los apátridas de la antigua Yugoslavia.
Los nuevos riesgos de la apatridia han surgido con el número creciente de conflictos internacionales, cada vez más complejos. Las guerras en la República Centroafricana y Siria, por ejemplo, han convertido a millones de desplazados internos en refugiados. Decenas de miles de niños refugiados han nacido en el exilio y ACNUR está trabajando con los gobiernos y los países que acogen a refugiados en dar prioridad a la inscripción del nacimiento de estos niños. El hecho de que muchos no tengan documentación o que en algunas situaciones conflictivas, los padres hayan desaparecido a causa del conflicto, significa que muchos de estos niños pueden tener dificultades para demostrar que son ciudadanos de un país.
ACNUR y United Colors of Benetton se han unido en la campaña «I Belong», que tiene como objetivo llamar la atención mundial a las consecuencias devastadoras para estas personas durante toda la vida. Benetton ha desarrollado el contenido creativo y la web de la campaña. También se ha redactado una Carta Abierta en este microsite, con el objetivo de recoger 10 millones de firmas para apoyar el fin a la apatridia dentro de una década.
La agencia para los refugiados ha publicado el «Informe especial sobre la apatridia,» que pone de relieve el impacto humano del fenómeno, y un Plan de Acción Global de 10 puntos. Esto tiene como objetivo resolver las grandes crisis existentes y asegurar que ningún niño nacera sin estado. «La apatridia hace que las personas sientan que su propia existencia es un crimen», explica Guterres. «Tenemos una oportunidad histórica para acabar con el flagelo de la apatridia en 10 años, y devolver la esperanza a millones de personas. No podemos darnos el lujo de fracasar en este desafío».
Si bien las cuestiones de apatridia son políticamente polémicas en algunos países, en otros, acabar con ella puede ser tan simple como cambiar algunas palabras en la ley de ciudadanía. Durante la última década, los cambios legislativos y de políticas han permitido que más de 4 millones de personas apátridas hayan podido adquirir una nacionalidad.
Por ejemplo, en 2008 una sentencia del Tribunal Superior de Bangladesh permitió a 300.000 urdu apátridas convertirse en ciudadanos, poniendo fin a generaciones de desesperación. En Costa de Marfil, donde la apatridia era una de las causas de una década de conflicto armado, las reformas legales en 2013 permitieron a los extrajeros residentes en el país adquirir una nacionalidad. Desde 2009 en Kirguistán más de 65.000 ex ciudadanos soviéticos han adquirido la ciudadanía.
Este año se cumple el 60 aniversario de la Convención de 1954 de las Naciones Unidas sobre el Estatuto de los Apátridas, que, junto con la Convención de 1961 para reducir los casos de apatridia, proporciona la base jurídica internacional para poner fin a este drama.
«ACNUR cree que con suficiente voluntad política, la apatridia se puede resolver. Y a diferencia de tantos otros problemas que enfrentan los gobiernos actualmente, la apatridia puede resolverse». Como parte del esfuerzo, Guterres, la enviada especial de ACNUR, la actriz Angelina Jolie, y otras 20 celebridades han publicado una carta en la que señalan que 60 años después de que la ONU accedió a proteger a las personas sin nacionalidad, «ha llegado la hora de acabar con la apatridia».