En cierta ocasión Gabriel García Márquez declaró que se encontraba con frecuencia en los periódicos con alguna entrevista que no recordaba haber concedido ni a quien la firmaba ni al medio en la que se publicaba. En realidad es muy fácil publicar una entrevista falsa a un personaje conocido porque sus respuestas son casi siempre predecibles conociendo su obra y habiendo consultado algunas de sus declaraciones reales. Sólo hay que poner en su boca lo mismo con otras palabras.
Enrique Vila-Matas contó públicamente sus entrevistas hechas con este procedimiento a personajes como Marlon Brando o Rudolf Nureyev para una revista en la que escribía cuando era muy joven. Pero el caso más conocido por su impacto internacional fue el del periodista italiano Tommaso Debenedetti, un periodista respetado, hijo y nieto de periodistas (su padre es también un escritor de éxito), autor de más de ochenta entrevistas falsas con personajes muy conocidos que pasaron por verdaderas durante mucho tiempo hasta que cometió un error de cálculo, que fue poner en boca del escritor Philip Roth una supuesta decepción con la política de Barack Obama.
Entrevistado por Paola Zanuttini, periodista del diario italiano «La Repubblica», Roth negó haber hecho ninguna declaración en este sentido, lo que inquietó a la periodista y la llevó a una investigación en la que terminó descubriendo las numerosas entrevistas falsas que Debenedetti había publicado con personajes como el Dalai Lama, Mijaíl Gorbachov, Lech Walesa, John Le Carré, Günter Grass o Noam Chomsky. Incluso introducía elementos de ficción para crear una puesta en escena que dotase de credibilidad a las declaraciones, como el estado de terror de Derek Walcott «entrevistado» telefónicamente instantes después del terremoto de Haití o la inquietud del cardenal Ratzinger poco antes de ser elegido Papa. El caso es que Debenedetti no se arrepintió nunca de su impostura sino que, según sus declaraciones, cree haber prestado un gran servicio al periodismo porque afirma que en Italia la información está basada en la falsificación y todo cuela mientras sea favorable a la línea editorial del medio en que se publica. Y que se metió en ese juego para poder publicar y poder denunciar este estado de cosas. Claro que esto lo dijo después de haber sido descubiertas sus falsificaciones.
La emisión de «Operación Palace» en la noche del pasado domingo en la Sexta dentro del programa «Salvados» de Jordi Évole, sobre una supuesta trama del 23-F presuntamente desconocida hasta ahora, ha vuelto a provocar reacciones insospechadas en la opinión pública, así como algunas respuestas salidas de tono, después de que muchos ya pensábamos que este tipo de reacciones ante estos programas estaba superado.
En los comentarios al programa de Évole se viene citando el primero de los casos en el que se puso en el aire la emisión de un programa de ficción utilizando métodos periodísticos que lo dotaban de credibilidad. En efecto, el 30 de octubre de 1938 (por cierto, también era domingo) a las ocho de la noche, se emitió en la CBS el programa «La guerra de los mundos», una adaptación para la radio de la obra de H.G. Wells. La adaptación para la radio la hicieron Orson Welles y Howard Koch, escritor del guión de 'Casablanca' y que fue perseguido durante la caza de brujas de Hollywood, con el equipo del Mercury Theatre, y narraba una supuesta invasión de nuestro planeta por extraterrestres. Orson Welles, que aún no era el director de cine de éxito que llegaría a ser, desempeñaba el doble papel del narrador y del profesor Richard Pierson, supuesto director del Observatorio de Princeton, Nueva Jersey.
Welles aplicó a esta adaptación la técnica de la retransmisión de acontecimientos en directo que le otorgó un realismo tan eficaz que muchos oyentes creyeron que la invasión se estaba produciendo, lo que provocó una situación de pánico y caos al hacer que mucha gente huyera despavorida de sus casas. Se estima que unos seis millones de radioyentes escucharon el programa y que al menos 1.200.000 creyeron que su contenido era auténtico, a pesar de que en el inicio del programa se había advertido que se trataba de una pieza de radioteatro y que esta advertencia se repitió a la mitad de la emisión del espacio, alertada la dirección de la emisora de los efectos que se estaban produciendo. Esta reacción histérica (denominada por la semiótica «confusión de géneros» y «decodificación aberrante») se ha explicado debido al clima de inseguridad y ansiedad colectivas generadas en la sociedad americana por la Gran Depresión que entonces sufrían los Estados Unidos (una crisis económica como la actual en España) y por las noticias sobre el expansionismo militar de Hitler en Europa.
Imposturas televisivas
El 5 de abril de 1991 el centro regional de TVE en Cataluña estrenaba en su circuito de cobertura territorial el espacio «Camaleó», dirigido por Joan Ramón Mainat. Se iniciaba con «La mort», un reportaje sobre la muerte. De pronto la emisión se interrumpió para dar paso a la noticia de un golpe de estado contra Mijaíl Gorbachov en la antigua Unión Soviética. El presentador del programa era Josep Abril, conductor habitual del telediario catalán de noche y periodista de prestigio. Se incluían conexiones con los corresponsales de TVE en Nueva York y Moscú, lo que colaboró a proporcionar mayor credibilidad al espacio, y grabaciones de una televisión americana, CMN, cuyo logotipo estaba diseñado para que se confundiese con el de la CNN. El jefe de política internacional de la cadena aportaba sus comentarios sobre el acontecimiento y citaba fuentes del Pentágono y la Casa Blanca. Unas imágenes de una rueda de prensa de Marlin Fitzwater, portavoz del presidente Bush, anunciaba (en una falsa traducción) la ruptura de relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y la URSS.
La Cope interrumpió su programación para dar la noticia y Radio 4 hizo lo mismo. Su director Ramón Font desmintió que la emisora estuviera en connivencia con los responsables de «Camaleó». La credibilidad del programa se manifestó en la cantidad de llamadas que colapsaron las centralitas de todos los medios de comunicación de Cataluña, así como la del consulado de la URSS en Barcelona, y es que la situación que vivía la Unión Soviética en aquellos momentos hacía presagiar un desenlace similar, como realmente ocurrió meses después, en agosto del mismo año, cuando se intentó un golpe de estado real contra Gorbachov. Frente a las críticas que llovieron desde la casi totalidad de los partidos políticos e instituciones, los responsables del programa declararon que se trataba de una propuesta de reflexión colectiva sobre las informaciones que ofrecen los medios de comunicación. Un profesor de antropología de la Universidad de Barcelona afirmaba que el programa había tenido la osadía de poner de manifiesto hasta qué punto todos somos rehenes de los medios de comunicación.
Pero «Camaleó» no era el pionero televisivo de este tipo de programas. Pocos meses antes, en febrero de 1990, dentro del informativo «Mixer», de la televisión pública italiana RAI-2, uno de los espacios de más audiencia, dirigido y presentado por el popular periodista Gianni Minoli, se emitió un documental en el que se demostraba, con falsas pruebas, que el referéndum celebrado el 2 de junio de 1946 en el que los italianos optaron por el régimen republicano en vez de por la monarquía, había sido falsificado. Umberto Quatrocchi, un general jubilado, se había prestado al juego declarando que en aquellos momentos era magistrado y, junto a otros seis colegas, había falsificado las actas de la votación en la que se abolió la monarquía en Italia, siguiendo las instrucciones de un misterioso personaje del Ministerio del Interior.
Quatrocchi afirmaba que los resultados favorecían claramente el retorno de la dinastía de Saboya, lo que entraba en contraste con las aspiraciones democráticas de la nueva Italia, y aseguraba que un notario tenía en su poder el documento donde constaba la verdadera historia. La credibilidad del programa se debió, como en los casos anteriores, a la existencia real de un estado de cosas que permanece en el inconsciente colectivo del país, ya que el susodicho referéndum sobre el régimen político italiano es una deuda histórica de la República puesta en duda periódicamente. En esta ocasión fueron millones de italianos los que siguieron atónitos el programa. Al final, el presentador se justificó con argumentos muy similares a los de los ejemplos anteriores: a veces se utilizan trucos para hacer programas y lo importante es denunciar esos trucos precisamente para mejorar «ese fantástico instrumento de libertad que es la televisión», dijo textualmente.
No tuve la oportunidad de ver «»Operación Palace» el día de su emisión, por lo que es muy fácil decir, a toro pasado, que en un visionado posterior me produjo sobre todo hilaridad (en ocasiones carcajadas) y alguna que otra indignación por el tratamiento irresponsable de algunos acontecimientos. Pero es verdad que el guión del programa, aunque nada creíble para espectadores informados, sigue las pautas de un reportaje periodístico de investigación al uso y echa mano de elementos fuera de contexto frecuentemente utilizados por la televisión. Y si en algún momento provocó en los espectadores una sensación de realidad ello es posible porque en el imaginario colectivo también en este caso muchas cosas están aún sin explicar.
Pudo haber colaborado a ello, como en «La guerra de los mundos», la vulnerabilidad de la sociedad española provocada por la situación de inseguridad económica a causa de la crisis, y las noticias de revueltas en varios lugares del mundo, una de ellas Ucrania, que terminó, el mismo día de la emisión de «Operación Palace», con un golpe de estado, según el depuesto Yanukóvich. También, como en el resto de los casos, la confianza que la audiencia tiene en los responsables del programa. En este caso es bien sabido que Jordi Évole es uno de los periodistas que tienen una mayor legitimación ganada a través de sus programas de denuncia. Personalmente pienso que no están justificadas algunas de las críticas salidas de tono a «Operación Palace», sobre todo aquellas que alegan supuestas manipulaciones e inmoralidades, cuando lo que se trata de poner de manifiesto es que a veces historias increíbles se convierten en creíbles gracias a los métodos utilizados, y es esta la reflexión a la que debe llevarnos el programa.