La conmemoración de los 70 años de la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) invita a reflexionar sobre si la población mundial está mejor o peor desde el punto de vista demográfico que hace siete décadas.
Para evaluar las distintas perspectivas y distinguir entre opiniones personales y datos duros, es fundamental analizar algunos cambios demográficos ocurridos desde que el organismo fue fundado el 24 de octubre de 1945. Quizá el más visible sea el aumento de la población mundial, que actualmente llega a 7.300 millones de personas, 5.000 millones más que cuando se creó la ONU, pero con considerables diferencias entre las regiones.
En lugares como África subsahariana y Asia occidental (Oriente Medio y los países del Cáucaso) se ha registrado un aumento del 500 por ciento o más en las últimas siete décadas. En cambio, en Europa, la población aumentó un 40 por ciento o menos en el mismo lapso.
El crecimiento de la población mundial que a mediados del siglo XX era del 1,8 por ciento se disparó al 2,1 por ciento a finales de los años 60. Actualmente se ubica en un 1,1 por ciento, el más bajo desde la creación de la ONU.
En términos absolutos, la Tierra sumaba aproximadamente 47 millones de personas al año a mediados de siglo. El aumento anual casi se duplicó a 91 millones a finales de los años 80 y luego comenzó a disminuir a las actuales 81 millones.
Una consecuencia importante de las diferentes tasas de crecimiento demográfico ha sido la distribución geográfica de la población. Hace 70 años, alrededor de una de cada tres personas residía en las regiones más desarrolladas, pero en la actualidad es alrededor de la mitad de esa proporción o un 17 por ciento.
También son significativos los cambios demográficos regionales. Por ejemplo, mientras Europa y África representaban a mediados del siglo XX, el 22 por ciento y el ocho por ciento de la población mundial respectivamente, actualmente esa proporción se invertido al 10 por ciento para el primero y 16 por ciento para el segundo.
Quizá, el cambio demográfico más aplaudido sea la disminución de la mortalidad, incluida la infantil y la materna. La mortalidad infantil en los últimos 70 años cayó de 140 a 40 fallecidos cada 1.000 nacidos vivos. La disminución de este indicador en todos los grupos de edad implica que la esperanza de vida al nacer sea de 70 años, habiéndose ganado unos 25 años respecto a 1950.
Otro cambio notable es la disminución de la fertilidad. Como resultado de que hombres y mujeres han conseguido un control sin precedentes sobre el número, el espaciado y el momento de tener hijos, la fertilidad mundial disminuido de forma significativa de una media de cinco nacimientos por mujer, a mediados del siglo XX, a 2,5 en la actualidad.
Como consecuencia de la disminución de la fertilidad y la mortalidad, la población ha envejecido. En las últimas siete décadas, la edad media de la población mundial ha aumentado seis años, de 24 a 30 años. Además, la proporción de personas de 80 años o más se ha triplicado en el mismo plazo, aumentando del 0,5 por ciento al 1,6 por ciento.
La composición sexual de la población se ha mantenido relativamente equilibrada y estable en los últimos años, con un índice de masculinidad de entre 100 y 102 hombres por cada 100 mujeres.
Nacen ligeramente más varones que niñas, pero en muchos países, en especial en los más ricos, hay más mujeres por la baja mortalidad femenina. Las excepciones notables a esa regla general son China e India, cuyo índice de masculinidad es de 107 hombres por cada 100 mujeres por el aborto selectivo de fetos femeninos.
La razón de sexo al nacimiento en la mayoría de los países es de 105 varones cada 100 niñas, pero en China asciende a 117 y en India a 111, notoriamente mayor que sus anteriores índices de masculinidad.
Otro cambio demográfico notable es la urbanización de la población. Si bien una minoría de personas, 30 por ciento, vivía en zonas urbanas en los años 50, actualmente la mayoría, o el 54 por ciento, vive en las ciudades. La migración del campo a las ciudades se ha dado en todas las regiones, con muchos países históricamente rurales y menos desarrollados, como China, Indonesia, Irán y Turquía, transformándose rápidamente en sociedades urbanas.
También es significativo el surgimiento de megaciudades, aglomeraciones de 10 millones o más habitantes. En los años 50, había una sola ciudad en esa categoría, Nueva York, con 12,3 millones de personas. En la actualidad, hay 28, siendo Tokio la más grande con 38 millones de habitantes, seguida de Nueva Delhi, con 25 millones, Shangai, con 23 millones, y Ciudad de México, Mumbai y San Pablo con alrededor de 21 millones cada una.
Las migraciones internacionales entre países y regiones se han incrementado de forma notable. Hace medio siglo, 77 millones de personas, o casi un tres por ciento de la población mundial, eran inmigrantes, es decir que vivían en un lugar distinto al que nacieron. Ese número se triplicó a 232 millones, poco más del tres por ciento de la población mundial.
La mayoría de las migraciones son legales, pero cada vez más hombres y mujeres con sus hijos e hijas, deciden por distintas circunstancias y deseos, emigrar de forma ilegal. Es difícil tener cifras exactas de estos últimos, pero se estima que por lo menos 50 millones personas están en esa situación. También aumentó el número de refugiados en los últimos años. A mediados del siglo XX se estimaba que un millón de personas estaban desarraigadas tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
A principios de los años 90, el número de refugiados se disparó a 18 millones de personas. Las últimas estimaciones indican que hay 16,7 millones de personas en esa situación, pero en aumento. Además, las personas obligadas a abandonar sus hogares por conflictos, entre las que hay refugiadas, solicitantes de asilo y desplazadas, ha ascendido a 51,2 millones, es la primera vez que se supera los 50 millones tras la Segunda Guerra Mundial.
De todos estos números se deduce que en muchos aspectos la situación de la población mundial ha mejorado, pero en otros no necesariamente y en otros más, decididamente ha empeorado. Si bien la baja mortalidad y la mayor esperanza de vida son mejoras notables, así como la menor fertilidad y que las personas puedan decidir cuándo y cuántos hijos tienen, la consecuencia lógica del envejecimiento de la población requiere importantes ajustes sociales.
Pero la proporción de refugiados y desplazados es peor que hace medio siglo. Y las circunstancias y el número de personas que abandonan sus hogares difícilmente va a mejorar en un futuro cercano, dada la mayor inestabilidad política, las guerras civiles y el deterioro de las condiciones económicas en muchos países.
Por último, el crecimiento poblacional sin precedentes, el más rápido de la historia, ha sumado 5.000 millones de personas más desde mediados del siglo XX, lo que plantea serios desafíos a la humanidad como la producción de alimentos, la contaminación, el recalentamiento climático, la escasez de agua, la degradación ambiental, el hacinamiento, la pérdida de biodiversidad y el menor desarrollo socioeconómico.
La actual disminución del crecimiento de la población es un indicio de una futura estabilización demográfica, pero quizá ocurra para finales del siglo XXI.
Entonces se estima que la población mundial llegará a 10.000 millones de personas, o sea 2,5 millones más que ahora o cuatro veces más que cuando se fundó la ONU.