No es buen momento para ser europeísta. La crisis económica y financiera ha provocado un diktat de las instituciones comunitarias difícil de entender por la mayoría de los ciudadanos. La receta es el ajuste presupuestario, los recortes sociales, el estrechamiento del poco estado del bienestar que existe con la ambigua promesa de una Europa próspera en un futuro cada vez más incierto.
Los líderes europeos se han autoimpuesto el saneamiento de sus cuentas públicas a costa de las clases populares que perdieron la voz diciendo que la crisis la paguen los que la han provocado. Y la UE firma pactos para la competitividad de la moneda única, crea instituciones supervisoras, elabora estrategias de crecimiento, se reúne en cumbres interminables por el bien de los ciudadanos pero al margen de los ciudadanos; al margen de los mercados, pero por el bien de los mercados.
Los rescates de Grecia, Irlanda y Portugal han reabierto las heridas entre ricos y pobres de la UE. El descontento de los que prestan el dinero y el descontento de los que reciben el préstamo con condiciones draconianas. Desde ahí se llega al crecimiento de la ultraderecha en Finlandia hasta devolver a Portugal a la recesión. El gobierno económico europeo es únicamente el título de un cuento por escribir y la solidaridad una bella palabra para los discursos oficiales. No hay política económica europea.
Entre tanto, Europa, como actor económico mundial pierde terreno ante las potencias emergentes sin que en Bruselas den con la fórmula de crecer y crear empleo, por mucho que se diga que ése es el objetivo de todas sus políticas.
La UE tiene desde este año un Servicio de Acción Exterior que debería estar completando la implantación de Europa en el mundo como potencia internacional que se expresa con una sola voz y no con 27. La Alta Representante, Catherine Ashton, además de emitir varios comunicados diarios en los que lamenta cualquier desastre que ocurra en el mundo, se ha mostrado incapaz de consensuar y representar a Europa con el peso que supuestamente tiene. No hay política exterior europea.
La última prueba han sido las revueltas en los países árabes, en los que la UE, inmersa en un conglomerado de intereses nacionales, se ha visto sorprendida, ha titubeado en la condena de los dictadores primero y en el apoyo a unas oposiciones imprecisas después, sin tener aún una respuesta elaborada sobre cómo actuar en una zona que no debería ser desconocida. No hay política exterior europea.
De momento, la consecuencia es una crisis migratoria en la que los que pueden miran para otro lado y los que no pueden, Italia y Francia, se envían y reenvían inmigrantes sin papeles ante la mirada atónita de la Comisión Europea que cuando reacciona lo hace para decir que la libre circulación de personas en la UE, ese principio sagrado, se puede interrumpir si hay causa de fuerza mayor. No hay política migratoria europea.
El presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, en su mensaje con motivo del Día de Europa ha recordado las palabras pronunciadas por Robert Schuman: «Europa no se hará de una vez ni se construirá de una pieza, se hará mediante realizaciones concretas». Lo dijo hace 61 años. Sin comentarios.