Grecia se ha hartado del yugo de Europa. Ni el corralito, ni la incertidumbre sobre su futuro incierto, ni la debacle que la Unión Europea auguraba si el 'No' ganaba en el referéndum, ni el hipotético rechazo de los estados miembros de la UE, han conseguido hacer mella en el espíritu democrático de un 61,31% de los electores griegos, que el domingo echó a andar hacia las urnas con un brillo en los ojos que la mayoría de electores europeos hemos perdido. Cansados de amenazas, los griegos dijeron 'no' a Europa y sus cadenas. Y de camino le han recordado al pueblo europeo que un pequeño David puede cambiar el rumbo de la historia que impone Goliat.
Grecia se ha perfilado así, ante la atónita mirada de los ciudadanos del resto de naciones, como el hereje que desafía al gigante europeo en materia económica y lo pone entre las cuerdas. Como Bette Davis en Jezabel (William Wyler, 1938), Grecia ha cambiado el gris por un vestido rojo, y ha hecho su entrada triunfal en la gris Europa para demostrar su oposición a la troika y sus exigencias. Su proceder ha recibido, sin embargo, la misma respuesta que ya recibió Davis por parte de la estructura gris: el rechazo. Pero, también ha suscitado admiración en otros, resucitando así el romanticismo democrático y prendiendo la mecha del cambio. Sin embargo, ¿cómo un pequeño y rojo David ha vencido al gigante Goliat?
La teoría de los juegos, que viene a ser algo así como actúo en función de lo que hagan mis adversarios, manteniendo mi cara de póker durante toda la partida, que ya pusiera en práctica EEUU durante la Guerra Fría, ha sido la propulsora para la victoria del 'No' en Grecia por mayoría absoluta. Ante las constantes exigencias de austeridad impuestas por parte del dominante (Europa) para el pago de la deuda contraída por los griegos en los últimos años, la dominada (Grecia) se ha rebelado de la misma forma que ya proponían Marx y Engels: poniendo en jaque a la estructura. El Gobierno heleno que ganó las elecciones celebradas en enero de este año, con el que hasta el pasado lunes era su flamante ministro de Finanzas, Yannis Varufakis, experto en la teoría de los juegos, al frente, anticipó qué haría Europa, entró en la partida, esperó a ver su estrategia, y actuó en consecuencia. Ganó el referéndum y ahora toca otra ronda de negociaciones. Negociaciones en las que no veremos a Varufakis que, en un ejercicio de coherencia y compromiso democrático con el pueblo que ha creído en su propuesta, ha dimitido del cargo por considerar que podría perjudicar más que ayudar en las negociaciones con la UE, que ya lo mira con malos ojos. Euclid Tsakalotos es ahora el ministro de la cartera de Economía, y será el que mida fuerzas ahora con Europa.
Ésta, por su parte, creía que la actitud griega era un farol que acabaría saliéndoles a los helenos, como el tiro, por la culata, y entonces tendría carta blanca para seguir haciendo cumplir su voluntad, y con razón. Pero, las cuentas no le han salido a Europa, y sí a Syriza, cuya propuesta, el 'No', alcanzó la mayoría absoluta (61,31%) en el referéndum, con una participación histórica del 62,5% de los electores.
Y es que, Grecia entendió que, como afirma José Fonseca, profesor de Economía en la Universidad Complutense de Madrid, decir 'sí' en el referéndum habría sido «condenar a los griegos a décadas de pobreza». Por eso, dice el experto en economía, Grecia se ha hartado de que la troika la arrodille a través del chantaje y del miedo, se ha rebelado, y le ha dicho «OXI» –No-. Y 'Oxi' han dicho los helenos porque su gobierno, Syriza, les ha devuelto la voz para que dieran una lección de democracia a Europa. Y se la han dado.
Sin embargo, el 'No' de Grecia a Europa habla más alto de lo que por el momento se ha dicho. Ya avisaba Glencross en 2008 que los nacionalismos tanto de base económica como ideológica pueden suponer la inestabilidad política del gigante europeo que pretende ser una nación de naciones, como ya provocara, mira tú por donde, el nazismo alemán durante la Segunda Guerra Mundial, que obligó a la por entonces Comunidad Económica Europea a firmar el Tratado de París en 1953, para garantizar la unidad de esta nación de naciones. Pues bien, el 'no' griego, en cierto modo, supone una ruptura de dicha unidad. Y, de hacerse efectiva la vuelta del dracma, la brecha sería aún más evidente, conllevando el desmembramiento económico de la UE. Además, el 'No' griego sienta las bases para que otros países en una situación similar, como por ejemplo, España, se sumen al carro del «pare aquí, que yo me bajo» que ha salido desde Grecia, y amenaza con contagiar al resto de pueblos europeos, como ya hiciera el incendiario panfleto de Hessel en 2011, que sirvió de mecha para movilizar a los indignados en Europa.
La vieja Europa está ahora reorganizándose en las sombras, intentando asimilar como propias medidas más aperturistas propuestas por los griegos, previendo e intentando controlar el contagio del espíritu heleno al resto de naciones, como ya ocurriera en 2011, aplicando, en definitiva, la teoría lampedusiana que les permita cambiar la superestructura, para garantizar la permanencia de la estructura. O sea, cambiar todo para que todo siga igual.