«Ha habido un asesinato. La princesa está muy alterada. El archiduque Francisco Fernando ha sido asesinado en un lugar llamado Sarajevo. Aunque imagino que eso no va a suponer ningún cambio para gente como tú y yo».
Así terminaba uno de los capítulos con los que Ken Follet trató de describir todos los horrores de la Gran Guerra en su novela «La Caída de los Gigantes». El personaje encargado de pronunciar la frase, Nina, una doncella que estaba al servicio de un lord inglés apellidado Fitzherbert, no se podía imaginar, quizá como millones y millones de personas, el desastre y las pérdidas que sufriría el Viejo Continente durante los siguientes cuatro años a consecuencia de aquel magnicidio efectuado por Gavrilo Princip, el nacionalista serbobosnio encargado de asesinar al archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del Imperio Austro–Húngaro, apenas un mes antes del brutal comienzo de la conflagración.
El pensamiento de Nina, en cierta medida, concordaba con el de los oficiales al mando de los diferentes ejércitos beligerantes (el alemán, austriaco y el otomano por un lado y el francés, británico y ruso por el otro). Pensaban éstos que la guerra sería rápida y que finalizaría antes de la Navidad de 1914. No habría demasiadas muertes y, a fin de cuentas, para 1915 se habría recobrado la normalidad en el continente. Nada más lejos de la realidad.
El 28 de julio de 1914, fecha de la que se cumple este lunes un siglo, comenzaron a resonar los 848 cañones, a escupir fuego las 4.650 ametralladoras, a machacar desde el aire los centenares de aviones a sus enemigos, a ejecutar bloqueos sin cesar los 180 navíos de guerra, y a movilizarse las más de 300 divisiones de infantería empleadas para la contienda. Una carnicería que no pararía hasta cobrarse la vida de más de 10 millones de personas y mutilar a otros tantos en los campos de batalla de Verdún, el Somme, el Marne o Tannerberg, entre otros muchos.
Actos conmemorativos previstos en Europa
Los países que se vieron implicados en la cruenta I Guerra Mundial evocarán durante los próximos días el inicio de un conflicto que cambió el mundo. En Francia, para tal efecto, se creó la Mission du Centenaire, la cual lleva trabajando meses con el objetivo de organizar exposiciones, ceremonias, conciertos o manifestaciones, así como de recopilar documentos gráficos o audiovisuales que se pueden encontrar en su portal web. Además, el país galo acogerá a miles de descendientes de los combatientes de los dos bandos de la contienda. Un punto de encuentro para nada casual, puesto que el territorio francés fue el más devastado por la tragedia.
En Gran Bretaña, el presupuesto dedicado por el gabinete de Cameron a celebrar la efeméride es de unos 50 millones de libras, equivalente a 60 millones de euros. Las fechas clave para los insulares serán el 4 de agosto de 2014 –un siglo de la declaración de guerra contra los imperios centrales-, el 1 de julio de 2016 – 100 años del inicio de la campaña del Somme; fue el día más trágico de la guerra para ellos-, o el 19 de febrero de 2015 – en tal fecha, pero en 1915, los británicos invadieron la península de Gallipoli flanqueados por australianos y neozelandeses-.
En otras naciones, como Bélgica, ya se han celebrado actos conmemorativos. El pasado 26 de junio, en la ciudad de Yprès, escenario de numerosas y sangrientas batallas que le costaron la vida a millares de soldados alemanes, belgas, franceses y británicos, se reunieron los líderes de los países de la Unión Europea para hacer llegar a los ciudadanos un mensaje de paz y tolerancia.
En Alemania, el principal baluarte del programa del centenario es la exposición acerca de la I Guerra Mundial en el Museo Histórico Alemán de Berlín, que puede ser visitada hasta el 7 de diciembre de este año.
Una huella reciente
El de la I Guerra Mundial puede parecer un asunto lejano y olvidado, como la foto de un antiquísimo antepasado guardada en el fondo de un baúl. La masacre iniciada el 28 de julio de 1914, sin embargo, está detrás de muchas de las cuestiones que nos permiten comprender el orden mundial a 28 de julio de 2014.
Un ejemplo es el conflicto árabe–israelí. La Declaración Balfour, emitida por el gobierno del Reino Unido en noviembre de 1917. Una carta firmada por el Secretario de Relaciones Exteriores británico Arthur James Balfour y dirigida al barón Lionel Walter Rothschild, líder de la comunidad judía en Gran Bretaña, para que la remitiera a la Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda en la que el gobierno británico manifiesta su decisión de apoyar la creación de un hogar judío durante su mandato.
Además, al finalizar la contienda en 1918, cuatro imperios (el alemán, el otomano, el austro–húngaro y el ruso) se derrumbaron y las hasta entonces grandes potencias entraron en la más absoluta miseria económica, lo que abrió las puertas al proceso descolonizador propiciando la independencia de numerosos estados actuales en Asia y África.
No menos importante fue la aparición de los totalitarismos y autoritarismos en Europa después de la Gran Guerra. Los bolcheviques instauraron una férrea dictadura comunista en la URSS, cuyo punto más sanguinario llegaría de la mano de Iósif Stalin entre 1922 y 1952. En Alemania, el poder cayó en manos del nazismo durante los años 30 y países como Italia y España estuvieron bajo el yugo del fascismo. Este caldo de cultivo desembocó en una nueva Guerra Mundial, la segunda, que terminó por arrebatar la hegemonía económica, política y militar a Europa en favor de Estados Unidos, culminando así un proceso que había comenzado a gestarse a finales de la segunda década del siglo XX.
También son visibles a día de hoy muchas huellas físicas del desastre. Es lo que ocurre, -siendo un ejemplo entre miles- en Verdún, una ciudad de apenas 20.000 habitantes que conserva testimonios de la época. Incontables búnkeres, refugios y trincheras siguen en pie allí, en silencio, rodeados de maleza e insectos, guardando para sí los recuerdos de la desolación, la miseria y la muerte que trajo consigo la guerra. Una guerra de cuyo inicio se cumple hoy un siglo.
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